No es propicia la navidad para plantearnos problemas existenciales ni asuntos trascendentales sin solución. Tampoco para lamentarnos al amparo de este cielo tan azul y tan claro, de lo que durante el año no pudimos realizar. No es propicia la Navidad para problematizarnos, ni desesperanzarnos, ya enero dirá los desafíos que hay que acometer.
Permitamos que la frescura de la brisa nos penetre al corazón, lo
desempolve y acune. Quien sabe, si ya limpio y mecido como niño
recién bañado, rompe a lloriquear tranquilamente por los treinta años, veintiuno, once, seis, cinco, tres y uno, en los que ha
permanecido absorto y encogido.
Permitamos que la navidad nos devuelva el anhelo de ser más humanos. Dejemos
que fluya este deseo de ser más generosos y justos. Que la Navidad en su multiplicidad de colores, matices e intensidades
nos lleve a columpiarnos junto a los que queremos en un continuo ir y venir donde nunca sabemos cuál es
la ida y cuál la vuelta.
Permitamos hacernos más sensibles a los derechos y las dignidades de nuestros congéneres, más
proclives a la tolerancia y a la aceptación paciente del otro. Arreglemos nuestro establo interior para acomodar
al Niño Dios junto a las mejores vivencias del presente y a los recuerdos de familiares y amigos que se fueron. Todo esto será combustible para cuando escaseen los recursos y las fuerzas.
al Niño Dios junto a las mejores vivencias del presente y a los recuerdos de familiares y amigos que se fueron. Todo esto será combustible para cuando escaseen los recursos y las fuerzas.