En esta época celebramos el nacimiento de Jesús en una
gruta de Belén, porque “no había sitio en la posada”. Miles de peregrinos,
según cuentan algunos de los evangelios, se trasladaban a la ciudad de sus
padres para el censo convocado por el césar romano. Belén es una ciudad llena
de grutas, es probable que muchos otros peregrinos pararan en grutas porque la
pequeña ciudad de Belén estaba congestionada. María y José los padres de Jesús
eran pobres, pero en su ciudad, Nazaret, no padecían la pobreza extrema de los
mendigos, los sin techo, enfermos desahuciados, no, el padre de Jesús era
carpintero. Es decir era obrero, trabajaba y ganaba para el sustento. Quizá era
pobre porque no era rico, ni pertenecía a las clases dominantes de su tiempo,
pero no era un mendigo, ni un miserable en la acepción de Víctor Hugo.
Los cristianos valoramos la pobreza porque entre otras cosas ella significa desapego, capacidad de compartir con otros porque ellos nos necesitan y a su vez los necesitamos. La riqueza es muy criticada en los evangelios porque muchas veces viene acompañada de angurria y egoísmo. La miseria es otra cosa, a diario constatamos cómo la miseria llega a deteriorar la persona, su cultura y sus valores. Pero eso mismo sucede con la mucha riqueza. El pobre extremo pierde capacidad de lucha, de planificación y previsión; su persona se ve amenazada constantemente. El rico extremo cree que todo lo puede y le es permitido, pierde sensibilidad y contacto con la realidad.
Por
su parte la pobreza extrema te hunde como en un
charco de lodo; no hay manera de salir a no ser que un ángel milagroso te
salve. Los intentos de emerger son infructuosos porque no tienes cómo agarrarte
ni apoyarte. Puedes sobrevivir con el poco de agua, comida y mala educación que
vienen a traerte a tu charco algunos aprovechados. Esos
mismos que luego te traerán las urnas para que los reconozcas y eches el
voto por ellos.
No se puede construir una democracia en una sociedad de miserables
y ricos extremos. No hay espacios de encuentro comunes, no se pueden discutir
asuntos de interés mutuo. Los intereses del rico extremo superan toda lógica y
racionalidad. No hay impuestos que valgan, no hay derechos ni deberes, no
hay deudas que puedan honrarse, no hay altruismos sin segundas intenciones. Las
acciones del rico extremo se colocan en una categoría que va más allá del bien
y el mal. Al fuego del amor por el dinero, sus apetencias herven como la leche hasta rebosar.Su fortuna es directamente proporcional a su insensibilidad para conseguir sostenerla a cualquier precio.
Por su parte el interés del pobre extremo no va más allá
del próximo minuto. Tiene la percepción de que su vida no vale nada, por eso se
expone sin pudor a todos los peligros o se cruza de brazos esperando la muerte.
Cree que su dignidad se la comieron los ratones, por eso se arrastra en busca
de dádivas o se vende al mejor postor.
Valorar la pobreza como la posibilidad de apertura hacia
el otro, como posibilidad de poner el foco en ser humano, es un acierto del
cristianismo. A esta la llamamos pobreza de espíritu. Pontificar sobre la pobreza es peligroso.Querer que haya pobres
para seguir el proceso de acumulación de riquezas es una distorsión aberrante del
mensaje de Jesús quien se compadeció de los miserables hasta el extremo de
querer liberarlos de esa miseria que él no compartía.
Ojalá que en el año 2014 podamos regular la reproducción
de pobres y ricos extremos y
disponer de políticas sociales efectivas, de un sistema judicial veraz,
eficaz y de una educación de calidad para todos sobre
todo para los más pobres. De otra forma olvidemos la democracia y demos la
bienvenida para un buen rato a la dictadura
de los narcos, de la delincuencia o de cualquier otra forma de barbarie.
Excelente Rosalina!! Comparto totalmente tus planteamientos!!
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