Vivimos
en una época de trasiegos, reales y virtuales. Solo hay que estar en un
aeropuerto y observar por unos minutos la cantidad de personas que como
hormigas se mueven para uno y otro lado. También podemos pulsar el mouse, entrar y salir a los diversos mundos virtuales
y sentirnos parte de la gran comunidad
cibernética.
Hace
miríadas de años el ser humano fue nómada por necesidad cuando se agotaron los recursos de su entorno.
Emigraba buscando sustento y así se fue expandiendo como el fuego por la faz
del planeta. Se fue diferenciando y adoptando colores, tamaños, rasgos y
expresiones diversas, tan diferentes que se olvidó de su origen. Llegó hasta el
punto de trazar fronteras y construir muros.
El
nomadismo es una tendencia humana así como lo es el sedentarismo. La diferencia
hoy día es que las tierras a las cuales nos movemos ya han sido ocupadas previamente
por otros inmigrantes. Entonces es preciso hacer concesiones, negociaciones, tratados. Exceso de visas, conquistas,
guerras, separaciones, protecciones, eso heredamos de los siglos anteriores. El
siglo XXI es el tiempo para establecer encuentros de culturas consensuados.
En el
siglo XV España ocupó gran parte de América con su gente y su cultura. Cinco
siglos después miles de latinoamericanos se embarcan hacia España para trabajar
y para estudiar. Ambos grupos reconocen una necesidad mutua. ¿Qué sería de
muchos ancianos españoles sin los cuidados de tantas dominicanas? ¿Qué
sería de muchas universidades españolas si les arrancan los miles de
dominicanos que estudian en sus recintos? ¿Qué sería de tantos españoles si les
suspenden sus inversiones en estas playas?
Actualmente, a pesar de las evidencias, nos encaminamos a relaciones de igualdad, porque mutuamente
nos necesitamos. Los norteamericanos y los mejicanos se necesitan. Nos necesitamos los haitianos y los
dominicanos, se necesitan los emigrantes
de pueblos musulmanes y los europeos.
Hay y habrá
resistencias y rabietas pero a la larga tendremos que entendernos. Colocar
sobre la mesa de negociaciones lo mejor que tenemos y dejarnos de tonterías,
porque como el cuento del ratón y el león, el que parece en un momento más
poderoso podría ser el más vulnerable. Es asunto de autoestima y conocimiento
propio, de potencialidades y limitaciones. Ya pasó de moda la soberbia, el
resentimiento y la autocompasión.
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