El racismo es una mezcla de ideas y sentimientos de
superioridad que todavía perviven en muchas personas de los pueblos europeos,
de Estados Unidos, Canadá, Medio Oriente, Africa, América Latina, República Dominicana
y que va en detrimento de personas de otras culturas. Casi
nadie admite que es racista, quizá porque en nuestra cultura occidental esta
ideología atenta contra todos los valores de las constituciones modernas:
igualdad, libertad, fraternidad. De manera que el racismo a todas luces es un atraso.
Pero no por ser un “ismo” pasado de moda se ha salido de nuestras almas,
más bien lo tenemos tan guardado que le ha faltado oxígeno y se ha enquistado.
En diferentes estratos de la piel, a diferentes niveles
de la conciencia, en diferentes expresiones verbales y conductuales, el racismo se nos manifiesta. Los motivos
existen: ancestrales, irracionales, ridículos, pero existen.
Los
conquistadores y sus descendientes discriminaron por su color a otros seres
humanos. Ellos “cazaron” hombres y mujeres de diferentes tribus de las costas africanas y
los importaron a América para el corte de la caña, sin compasión de sus
sentimientos y sus almas, mucho menos de sus cuerpos. El poderío de los
europeos de ese tiempo se manifestó en un blancocentrismo. Si ellos hubieran sido negros, la desteñida raza
blanca hubiera sido entonces la víctima de su voracidad.
Hay muchos entre nosotros que todavía no aceptan que el
género humano, tal y como lo conocemos hoy, proviene del continente africano y
no del paraíso de la Mesopotamia entre el Tigris y el Eufrates. Somos una misma
raza universal en peregrinación por el mundo entero que al disgregarse tomó
colores y expresiones culturales diversas. Fernando Savater exhorta a los
educadores diciendo: “cultivemos la floresta, disfrutemos de sus fragancias y
de sus múltiples sabores, pero no olvidemos la semejanza esencial que une por
la raíz el sentido común de tanta pluralidad de formas y
matices…solo volviendo a la raíz que nos emparienta podremos los seres humanos
ser huéspedes los unos para los otros ”.
El racismo nuestro está muy sectorizado. Lo hay de
niveles diferentes dependiendo de si el color va mezclado o no con otras
condiciones desventajosas como la pobreza o la nacionalidad. Usted no ha visto
en este país a alguien que sea racista contra un afgano, albano, vietnamita,
guaraní o visigodo! Quizá contra éstos haya expresiones culturales que
asombren, pero enseguida se les buscará una explicación que traerá comprensión
y sosiego.
Veamos algunos matices: si una persona de color negro es
pobre la condición de prejuicio social se acentúa. Si el pobre es albano
concita un poco más de acogida. Si la persona negra es rica y “educada”
entonces será más aceptada su negritud. Si es un negro de Zambia con un
turbante será tratado como un ser exótico, pero si es del país vecino con
un trapo rojo en la cabeza podría ser considerado brujo.
Por otra parte hay grados de racismo todos ellos negados.
Desde los nacionalistas patriotas furibundos que lo cubren de razones
políticas, pasando por los buenos cristianos que se escudan en razones
religiosas, siguiendo por el ciudadano común que se siente molesto por la
amenaza de la “invasión pacífica”. Todos ellos combinan en diferentes
proporciones el tema de lo racial con la nacionalidad.
Pero también hay los racistas (los mismos) que
con su pensamiento, actitudes y conducta segregan a los propios
nacionales dominicanos en razón de su color. Siguen pensando, igual que en el
siglo XV, que la raza blanca es superior y lo reflejan en sus expresiones y sus
chistes. Todavía oímos expresiones tales “mejorar la raza” tanto en blancos, como en mulatos
y negros; “buen vientre” tienen las mujeres que paren niños “bonitos”; “el negro
detrás de la oreja”, “un negro de alma blanca”, “él es prieto pero es
buena persona” son otras expresiones comunes. Todavía el indio es un color salvador, y la nariz
perfilada puede dar esperanza de que se es un negro “fino”. Pero no le
preguntes a nadie si es racista porque te dirá: “Yoooo???, pero si yo trato muy bien a todos los prietos,
a mi casa visita todo el mundo y yo tengo amigos de toda clase. Bueno, y si tu
hijo o tu hija se casa con un negro o una negra??? Ahhhh bueno!!! Ya eso es
otra cosa…”
Mientras no admitamos nuestro grado de racismo vamos a
estar asumiéndolo como natural. Savater insiste a los educadores:
“enseñar a traicionar racionalmente
en nombre de nuestra única verdadera pertenencia esencial, la humana, a lo que
de excluyente, cerrado y maniático haya en nuestras afiliaciones accidentales…”
Nadie puede acusar a nadie de racista, sin embargo seamos más
autocríticos para descubrirlo en la punta de la lengua o del pensamiento.
Hagamos un análisis de esta absurda ideología que deja de lado la historia y la
ciencia, y que sobre todo, nos clava un puñal en el mismo corazón de nuestra
conformación racial, cultural y por tanto en nuestra autoestima.
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