Las mujeres somos
seres complejos y multifacéticos y como tales requerimos de diversos espacios y
actividades. Ser madres, esposas, hijas, abuelas, hermanas, son algunos de los roles que
llevamos a cabo con ilusión y responsabilidad. También trabajamos profesionalmente, actividad ésta que nos
proyecta y extiende a la comunidad. Somos además, amigas, y éste es uno de los roles que rescata
de forma más fidedigna nuestro auténtico yo.
Cuando un grupo
de mujeres tenemos la suerte de ir de paseo juntas, sin acompañantes
masculinos, comentamos entre nosotras la calidad de los maridos que tenemos y lo agraciadas que somos de poder pasear sin ellos y con su beneplácito.
Detrás de este comentario viene otro: ¡cómo fuera posible estar casadas con hombres que
objetaran estas necesarias salidas! como le ocurre a otras amigas nuestras.
Cuando las mujeres estamos con nuestras amigas nos
despojamos de todos los roles que nos condicionan. Volvemos a un estado natural después de todos los años y situaciones que
les han dado a nuestra vida múltiples manos de pintura. Con la sabiduría que
tenemos, propia de la edad que nos engalana, hacemos una vivencia retrospectiva
de nuestra adolescencia, nos regocijamos,
pero sin las ansiedades correspondientes
al “me quiere, no me quiere”, “me queda bien, no me queda bien” o “mis padres me tienen harta”.
Aunque las
conversaciones de estas edades giran en torno a vitaminas, hobbies, nietos en
algunos casos, y a un poco de colesterol,
el sentir general es una aceptación de la vida y de la gente y sobre
todo de una misma. Es verdad que algunas conversaciones son en torno al pasado, pero no con la nostalgia
del que desea regresar, sino con la
intención de subrayar los episodios que le han dado consistencia a nuestra existencia y de los cuales no nos
arrepentimos.
Las mujeres amigas hablamos mientras leemos
una revista, hablamos mientras bordamos, hablamos mientras nos sacamos las
cejas, hablamos mientras cocinamos o arreglamos la mesa, hablamos mientras nos
ponemos una crema en las manos, hablamos mientras hablamos por el teléfono
celular.
Con nuestras
amigas de frente, las mujeres nos miramos
como en un espejo. De ellas aprendemos
continuamente a ver lo que nosotras mismas reflejamos y a veces no nos damos
cuenta o no tenemos la valentía de enfrentar. Las mujeres entramos en una
sintonía donde nunca falta la risa, ni
tampoco las lágrimas. Nos reímos de
nosotras mismas y también de las otras. Lloramos por nuestras penas y también por las de las otras.
Las mujeres
amigas nos arreglamos fácilmente para
detenernos continuamente por el camino. Con complicidad hacemos consenso con rapidez
a la hora de comer, de comprar, de ver
una película. De vez en cuando suenan los celulares o se hacen llamadas a las parejas para reportar el estado del tiempo que es
preocupación típica del género masculino. Durante el trayecto de vuelta siempre
se le compran algunos antojos a los esposos, en parte porque han sido
extrañados y quizá también porque en el fondo
agradecemos la oportunidad que el lastre de la tradición le niega a
tantas otras mujeres.
Chulisimo, Rosalina!
ResponderEliminarMagistral!!. Me encanto lo de los antojitos a los esposos, de pelicula!
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