sábado, 14 de septiembre de 2013

Amigas de paseo


Las mujeres somos seres complejos y multifacéticos y como tales requerimos de diversos espacios y actividades. Ser madres, esposas, hijas, abuelas,  hermanas, son algunos de los roles que llevamos a cabo con ilusión y responsabilidad. También trabajamos profesionalmente, actividad ésta que nos proyecta y extiende a la comunidad. Somos además, amigas, y  éste es uno de los roles que  rescata de forma más fidedigna nuestro auténtico yo.

Cuando un grupo de mujeres tenemos la suerte de ir de paseo juntas, sin acompañantes masculinos, comentamos entre nosotras la calidad de los maridos que tenemos  y lo agraciadas que somos  de poder pasear sin ellos y  con su  beneplácito. Detrás de este comentario viene otro: ¡cómo fuera  posible estar casadas con hombres que objetaran estas necesarias salidas! como le ocurre a otras amigas nuestras.

Cuando las  mujeres estamos con nuestras amigas nos despojamos de todos los roles que nos condicionan. Volvemos a un  estado  natural  después de todos los años y situaciones que les han dado a nuestra vida múltiples manos de pintura. Con la sabiduría que tenemos, propia de la edad que nos engalana, hacemos una vivencia retrospectiva  de nuestra adolescencia, nos regocijamos,  pero sin las ansiedades correspondientes  al  “me quiere, no me quiere”, “me queda bien,  no me queda bien” o  “mis padres me tienen harta”.

Aunque las conversaciones de estas edades giran en torno a vitaminas, hobbies, nietos en algunos casos, y a un poco de colesterol,  el sentir general es una aceptación de la vida y de la gente y sobre todo de una misma. Es verdad que algunas conversaciones son  en torno al pasado, pero no con la nostalgia del que desea regresar,  sino con la intención de subrayar los episodios que le han dado consistencia a  nuestra existencia y de los cuales no nos arrepentimos.

 Las mujeres amigas hablamos mientras leemos una revista, hablamos mientras bordamos, hablamos mientras nos sacamos las cejas, hablamos mientras cocinamos o arreglamos la mesa, hablamos mientras nos ponemos una crema en las manos, hablamos mientras hablamos por el teléfono celular.

Con nuestras amigas de frente, las mujeres nos  miramos como en un espejo. De ellas  aprendemos continuamente a ver lo que nosotras mismas reflejamos y a veces no nos damos cuenta o no tenemos la valentía de enfrentar. Las mujeres entramos en una sintonía donde nunca  falta la risa, ni tampoco las lágrimas. Nos  reímos de nosotras mismas y también de las otras. Lloramos por nuestras penas  y también por las de las otras.


Las mujeres amigas nos arreglamos  fácilmente para detenernos continuamente por el camino. Con complicidad hacemos consenso con rapidez  a la hora de comer, de comprar, de ver una película. De vez en cuando suenan los celulares o se hacen llamadas a  las parejas  para reportar el estado del tiempo que es preocupación típica del género masculino. Durante el trayecto de vuelta siempre se le compran algunos antojos a los esposos, en parte porque han sido extrañados y quizá también porque en el fondo  agradecemos la oportunidad que el lastre de la tradición le niega a tantas otras mujeres.   

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