Las impresiones provienen de eventos, circunstancias, experiencias agradables o desagradables que a su vez están vinculadas al sentido o a la combinación de sentidos a través de los cuales entraron a nuestra conciencia. Así, el olor y la frescura de una madrugada de diciembre me evocan las mañanitas de mi pueblo y el encuentro jubiloso con gente querida. A su vez esta impresión me trae el aroma del té de jengibre que a su vez refuerza la otra impresión. Desde aquí se dispara el “ábreme la puerta que estoy en la calle…” y los brazos abiertos con sonrisa ancha de los anfitriones.
El perfume de las azucenas por su parte me produce una sutil alegría espiritual, propia de aquellos meses de mayo y “ con flores a María que madre nuestra es”. Posteriormente mi mamá me contó que este aroma le traía recuerdos del funeral de su papá trágicamente muerto. Otros eventos en el caso de mi madre y las azucenas, se superpusieron sobre ése y le trocaron la nostalgia en alegría, ya que esas flores adornaban las celebraciones de primeras comuniones de sus hijos y nietos. Por efecto de la empatía, cuando pongo azucenas en mi casa no solo recuerdo el mes de mayo, sino también a mi mamá y su sentimiento de serena nostalgia y al abuelo que no conocí.
Los mismos eventos, las mismas circunstancias u objetos pueden provocar sensaciones diversas en diferentes actores según su experiencia previa y las asociaciones que se susciten. Es difícil que un extranjero disfrute un mangú de la misma manera que lo hacemos la mayoría de los dominicanos de cierta edad. Los plátanos que hierven en un fogón y el olor que se desprende de la leña o el carbón; los efluvios de las cebollas y el chasquido de los huevos al freírse en aceite bien caliente nos rememora una cena familiar salpicada de cuentos, risas, sabores y amores.
No creo que el mangú por sí mismo le diga lo mismo a un turista, mucho menos si es servido en uno de esos bandejones sin gracia de los resorts. Estoy segura que a ellos no les evoca nada, solo es un puré cualquiera. Y es que el mangú es un sabor cultural, sabe rico porque está asociado con rituales entrañables, donde participaron hermanos, tíos, abuelos, padres y otros seres muy queridos que nos rodearon de cariño y atenciones personalizadas.
Recuerdo de pequeña estar de visita en un campo aledaño a mi pueblo cuando por primera vez me percaté de verdad de que la miel de abejas era producida por esos insectos que veía juguetear con las flores. Allí me brindaron un panal de abejas con la miel chorreando (todavía se me hace la boca agua). Poder degustar un dulce natural que no hubiera sido cocinado era como un milagro. Mastiqué el panal hasta que se hizo como un chiclet. Este alimento lo asocio con aventura, sorpresa y con la generosidad de la naturaleza.
La música por ejemplo es una gran evocadora de sentimientos y una gran gatilladora de nuevas asociaciones e impresiones. Por ejemplo volver a escuchar “Imagine” de Lennon, me devuelve a tiempos de ideales compartidos. Si estuvieras oyendo una hermosa canción en el momento que te vienen a buscar para darte una muy mala noticia, esa canción se trocará en ave de mal agüero y comenzará a ser asociada con tragedia. Por el contrario, cualquier vulgar reguetón podría sonar exquisito si es escuchado en el contexto de una experiencia inspiradora
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En nuestro proceso de aprendizaje que dura toda la vida, incorporamos nuevos elementos a nuestra conciencia y reeditamos las impresiones: las corregimos, las enriquecemos, las transformamos… El aprendizaje significativo es una experiencia compleja que además de cognoscitiva también es afectiva, sensorial y espiritual. Cada momento que vivimos recrea en alguna medida una experiencia anterior que a veces es positiva y agradable y otras veces no. Interesante sería observar y examinar la experiencia previa, aquella que pudiera estar impidiendo que la experiencia actual sea fuente de gozo o de sentido, ventilarla y sacarla a la luz, de forma tal que pueda dar paso a la nueva experiencia con su consecuente nueva impresión.
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