La
cultura griega se percató de los muchos seres que nos habitan a lo largo
de nuestra vida. Su politeísmo fue una reflexión sobre el ser
humano y sus diversas dimensiones. En su religión antropomorfista, diosas y dioses interactuaban desde la única
dimensión que les era posible. Así Demeter por ejemplo, se comportó casi todo
del tiempo como madre protectora y Apolo fue casi siempre el bello amante
enamorado.
Los seres
humanos, sin embargo independientemente de su individualidad, pueden expresarse
de muchas formas y seguir siendo sí mismos. Pueden equivocarse, contradecirse,
adoptar diversas perspectivas, actuar de
forma diferente y conservar su propia identidad. Tal como decía Walt Whitman: “¿Que yo me
contradigo? Pues sí, me contradigo. Y qué?
Yo soy inmenso y contengo multitudes”.
Por temor
a parecer incoherentes, hombres y mujeres han encerrado facetas de su ser y
consecuentemente han puesto
límites injustos a los sueños y a su desarrollo como seres
humanos. La rigidez de los roles que ocupan los han quebrado y enfermado. Han quedado
atrapados en una posición que estaba supuesta a ser pasajera, o que es
cultural, circunstancial, no esencial.
Por
un miedo ancestral y un falso orgullo como disfraz, todavía muchos nos
resistimos a cuestionar los limitados roles en que estamos encarcelados. Somos
una/o y varios a la vez, pero todo el tiempo no podemos ser tantos a la vez.
Por suerte pasamos por diversas estaciones, y cada una va requiriendo facetas diferentes de nuestro ser. A veces pienso que quizá también por eso buscamos la compañía
cómplice que sintonice con ese otro que momentáneamente descansa dormido.
Conozco
mujeres que cual Afrodita se ocupan de su atractivo físico, a
la vez que ejercen con devoción su maternidad y se ejercitan en asuntos
públicos cual Atenea. Como si eso fuera
poco defienden su relación de pareja como lo hizo Era, luchan por reivindicaciones sociales como
Artemisa y procuran la calidez de su hogar como la diosa Hestia. Y
además, qué bueno de vez en cuando, soltarse el cabello como Perséfone, y
caminar libremente con espontaneidad, donde te lleve el aire.
De
esta misma manera a las mujeres se nos hacen más atractivos los hombres diversos, aquellos que expresan libremente sus afectos, que no temen a que les digan que los
tienen dominados. Nos gustan los hombres que son cuidadosos, cariñosos y
tiernos con sus hijos e hijas; que van a gusto a las reuniones de la
escuela; que no tienen miedo a parecer débiles, porque son fuertes
interiormente. Disfrutamos con compañeros que se comunican con elocuencia; que
se entregan a su trabajo pero que además comparten la cocina y el
fregadero como espacios de hombres y mujeres amos y amas de casa. Admiramos
los hombres que de vez en cuando se sienten tristes y dejan salir sus
lágrimas. Queremos hombres que entre abrazo y abrazo nos expresen la
alegría de estar vivos y de haber coincidido en este breve espacio-tiempo.
En
conclusión cada uno es cada quien, y lo que nos hace únicos es la combinación en
proporciones distintas de todos los dioses
y diosas que nos habitan. En cada momento de nuestra vida o en cada precisa
circunstancia unos cobrarán más vida que otros. Pero para que esto suceda hay que liberar esos magníficos
personajes que viven dentro de nosotros y que han estado secuestrados por
la cultura. Ellos, todos, en una relación respetuosa y dinámica redimensionan
nuestra vida y le dan variedad, originalidad y plenitud.
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