Soy dominicana, cibaeña, mocana. Me gusta el campo, las
montañas, los árboles, las flores, las playas, la música, los atardeceres, los dulces criollos, las frutas, ciertas tradiciones, la generosidad de la gente.
Siempre supe que había otros mundos, con otra gente que hablaba diferente y que
tenía otras costumbres. Nunca me asusté por eso. Desde pequeños hemos visto películas que
narran historias de diversos lugares del mundo. A todas las ciudades de nuestro
país han llegado españoles, libaneses, haitianos, cubanos, palestinos, chinos que han enriquecido con su
cultura la vida de nuestro pueblo.
Hasta mis tatarabuelos, que yo sepa , fueron dominicanos, así que nunca se me ha ocurrido que yo pudiera tener
pasaporte de la Unión Europea. No puedo
pensar que yo sea otra cosa que dominicana. Ahora bien soy crítica de algunos
valores y manifestaciones culturales dominicanas que no comparto por diversas razones. A veces
porque no me agradan, por ejemplo, algunas formas musicales, y otras veces porque
me parecen atrasos de nuestra civilización. Entonces, podría ser que en alguna
ocasión me sienta más afín con un suizo que con un dominicano.
La identidad de una persona es mucho más que la pertenencia
a una nación. La identidad está compuesta de innumerables características que se
combinan de manera única, por eso cada persona es irrepetible aunque en ocasiones actúe unida a otros por
un mismo motivo, por ejemplo la pertenencia a un partido político o a un
equipo de pelota.
En la vida diaria no siento un ardor especial por ser
dominicana. Todo lo contrario en la cotidianidad a veces deseo irme con una
mochilita y “fundar” con mis seres queridos un paisito pequeño, donde podamos
vivir en paz y con valores compartidos. Pero el sentimiento de fondo de ser dominicana
es una irracionalidad que supera toda lógica.
Sin embargo, me parezco más a un joven chileno que conocí en
Isla Negra que al político “ese” “aprovechao” dominicano que camina en su
jeepeta por las mismas calles que yo con la mía. Me parezco más a una mujer
inglesa que cuida su pequeño jardín que a una doña dominicana que vive en un
lujoso apartamento en un 10mo. piso de la ciudad de Santo Domingo. Tengo gustos
musicales más afines con un anciano
alemán, que con un bachatero dominicano. Puedo conversar más a gusto con un
haitiano que espera su turno para hablar que con un dominicano que interrumpe
continuamente.
La patria o la matria, es la que te cuida y vela por ti, por
tu seguridad, por tus derechos, por la satisfacción de tus necesidades básicas.
A nuestro país lo queremos a veces con lástima y por deber malentendido, o a
veces con rabia, como quiere una hija a un padre que jamás se ha ocupado de
ella y que ni siquiera su apellido le ha dado, pero hay que tener un padre, supuestamente
eso ayuda al sentido de identidad. Si cada uno hiciera su examen de identidad
vería que es muy compleja y que la nacionalidad es solo un componente que a
veces le falta contenido real, por eso es más fácil decir lo que uno NO es, que
lo que se es.
La bandera es un elemento visible que representa una nación
y la diferencia de otras. Los colores se
combinan en cada bandera de una forma única para cada país. Hay países más
celosos que otros con su bandera y también con su himno. Personalmente soy
ferviente apasionada de ambos símbolos nacionales y por suerte mi trabajo me ha
permitido gozarlos. En la bandera que ondea veo nuestros mejores valores al
viento, vividos en libertad desde el interior y sin imposiciones, la bandera
como utopía de un ser dominicano solidario, de mentalidad universal, justo, honesto. El himno es un canto bravío, declaración de principios universales de libertad, fraternidad, igualdad, sus trompetas
y trombones me animan y vigorizan.
Cuando mis hijos eran pequeños cantábamos el himno y poníamos
una bandera en el balcón de la casa. Yo quería que ellos amaran su país frente
a los intereses que se alzaban de mayor aprecio “per se” por otras manifestaciones
culturales. Hasta que, en el año 1994 se usó la bandera nacional para
estrujarle en la cara a Peña Gómez su pertenencia a otra nación. Le dije a mis
hijos “esa no es nuestra bandera, la que nosotros izamos en las fiestas nacionales,
esa es una bandera manipulada que no nos representa".
Desde entonces no comparto ese rasgo de identidad que esgrime un grupo de dominicanos, quienes ponen la bandera al servicio de sus intereses, esa bandera no es mi bandera. La mía no se deja atrapar en una ideología, la mía ondea, no yace estática en la pared, la mía representa una identidad que se construye y que se van transformando conforme vamos superando los prejuicios y haciéndonos seres más humanos. Esa es mi bandera la de “quien te viera, quien te viera, más arriba mucho más”.
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