La
entrega de la mujer a la familia y en especial al marido, se ha valorado a
ultranza, no importa si es correspondida o maltratada. La cultura en
general y la religión en particular han prescrito a la mujer un rol de
sumisión, sacrificio y entrega total. Con esta excusa y de generación en
generación muchas mujeres han relegado su realización y desarrollo personal.
En
las últimas décadas las mujeres han tenido un rol social cada vez más importante. La educación y la necesidad
han despertado la conciencia de muchas mujeres que han iniciado un trabajo de
conquista de sí mismas a través de muchas vías. El campo laboral es una de
ellas, éste había sido hasta hace pocas décadas el santuario del reino
masculino.
Muchas
mujeres exitosas laboralmente no dejan de lamentarse. Cuando llegan a casa,
tienen que ocuparse de la cena y las tareas de los hijos, mientras los maridos
se toman cómodamente un trago de whisky para relajarse.
La
mujer se ha educado más y mejor que antes. Se requieren de sus ingresos en la
casa, pero su mentalidad no ha cambiado, ni la de su marido tampoco.
Ella ha concebido su trabajo fuera de la casa como otro de sus deberes,
no como parte de un cambio social y sistémico dentro de la familia.
Una
mujer que labora fuera del hogar debe concebir una educación de los hijos que
promueva más su autonomía y responsabilidad en ciertas tareas que les son
propias. Más difícil le será educar a su marido, aunque no imposible, para que
se integre más a las labores educativas cotidianas y a ciertos deberes
hogareños. Esto así, porque la educación que recibió ese varón de su madre y su
padre, lo excluyó de las sencillas pero abrumadoras tareas de la casa y
de la familia.
Somos
las mujeres las llamadas a promover los
cambios, ya que somos nosotras las que percibimos y tenemos la necesidad. El
cambio no es tan sencillo porque no se trata de uno tecnológico. Nos toca a
todos, hombres y mujeres reaprender nuevos estilos de relacionarnos,
desarrollar nuevas habilidades, intercambiar saberes, romper con estructuras de
dominación, tener una mirada más inclusiva, aprender a comunicar sentimientos
con naturalidad sin culpar ni culparnos.
Esos
cambios dan al traste con unos patrones aprendidos y valorados hasta ahora como
buenos y válidos, pero que ya no funcionan más para la vida en pareja. Vivir
con una pareja, compartir la vida con ésta no es ser propiedad de esa pareja.
De
manera que una vez más nos toca a las mujeres iniciar y promover uno de los
cambios más revolucionarios en la historia de la humanidad: una nueva relación
de pareja para la formación de un nuevo ser humano. Estar con ellos pero sin
ser de ellos, para tomar decisiones libres y generosas, con amor y dignidad.
Este
proceso es lento, a veces doloroso. El primer paso nos toca a las mujeres
despidiendo el rol de las mujeres que vinieron antes y asumiendo uno nuevo con
lo mejor que nos queda de ese legado. El segundo paso también nos toca a
nosotras poniendo límites razonables al exceso de tareas nuestras que le
restan capacidad de acción y decisión al
resto de la familia. El tercer paso se trata de no responder a
manipulaciones afectivas. Ya veremos como todo el sistema comienza a moverse y
todos empezamos a crecer. No hay que darse por vencidas, ese es nuestro reto,
crecer con ellos, para nuestro bien, el de nuestros hijos y el de la humanidad.
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