domingo, 23 de febrero de 2014

A menudo los hijos se nos parecen y viceversa

Al mirarnos en el espejo de nuestros hijos, ellos nos reflejan una imagen que nos recuerda nuestro ser más original. Es así como perdidos en los laberintos de los condicionamientos y compromisos, nuestros hijos se convierten en el hilo de Ariadna que nos guía hacia nosotros mismos, a nuestra esencia y ser más auténtico.
Cada hijo tiene en común con nosotros características muy nuestras. Al compartir con ellos nos damos cuenta de lo que guardamos en las entretelas del corazón y del olvido. Anne Morrow Lindbergh en su libro “El don del Mar”,  expone que cada niño anhela la relación única que alguna vez tuvo con su madre. Esta relación única a la que aspiramos se puede rescatar con cada hijo en pequeños periodos, días o semanas y en diferentes etapas de la vida. Con cada hijo sintonizamos en algún aspecto porque cada hijo se nos parece en algo. Así como gozamos y a veces sufrimos las semejanzas, honramos y celebramos las necesarias diferencias. En lo que a mí respecta, me recreo en,  y con las particularidades de cada hijo o hija.

Soy la tercera de siete hermanos, los dos que me anteceden son varones. De niña admiraba la independencia de los varones, sus juegos, excursiones. Compartía con ellos y sus amigos algunas de estas actividades, pero otras me estaban vedadas por mi condición de niña. Añoraba estar en su grupo sobre todo cuando salían de paseo al campo sin rumbo fijo. Algunos de los  juegos de niñas me aburrían un poco, aunque intentaba ponerles mi toque de aventura y creatividad.


Me siento muy honrada porque he sido invitada por mis dos hijos varones a un viaje que inicialmente fue planeado exclusivamente para ellos. Un viaje de aventura, imprevistos previstos, incomodidades gratificantes y así. Han programado su viaje a su medida e intereses y  me han asociado a su energía masculina. A la vez los percibo a ellos enchufados con mi sensibilidad e inclinación a perseguir la belleza. De forma que entre la búsqueda de lo inesperado, y también de la belleza presente en la naturaleza, haremos un buen trío. 
Hace un tiempo mi hijo mayor me invitó a una excursión para hacer unas fotos a aves migratorias y otros animales. Desarrollamos una sintonía perfecta: nos levantábamos oscuro de madrugada con una gran celeridad para esperar el amanecer junto a un lago; nos regocijamos observando las diversas especies de aves; desayunamos en el carro detenidos en un camino y al mediodía disfrutamos de una cerveza de estación; hasta entrada la noche permanecíamos en el parque esperando la salida de los búhos a su caza habitual.
Mi tercer hijo también es varón, con él   disfruté  un inolvidable viaje a Bahía de las Aguilas y al Hoyo de Pelempito.  Mi hijo y yo nos arreglamos sin palabras y sin reglas para hacer las cosas que ambos nos gustaban. Desde la música que llevábamos en el carro, las paradas que haríamos, la comida, los lugares a visitar. Cuántas cosas conversamos. Nos detuvimos a reírnos de unos burritos teñidos de rojo por  tanto revolcarse en esa tierra sureña, a contemplar las mariposas amarillas cual Mauricio Babilonia, bebiendo de los charcos de agua. En la playa jugamos con unos  peces que cuando son molestados se inflan y se llenan de espinas punzantes.

Con mi hija mayor hago conexiones extrasensoriales, aun en la lejanía ella y yo permanecemos en contacto. Yo la llamo cuando ella casi me iba a llamar y viceversa. Ella confía en mí y yo  en ella. Aun en ciudades grandes cuando yo me le pierdo por andar distraída, ella me encuentra. Nuestras conversaciones son francas y a la vez respetuosas. El amor por la música ha marcado un compás entre nosotras. Su paciencia y sensatez me invita a la propia.



Mi hija menor y yo caminamos al mismo ritmo, nos arreglamos para agradarnos la una a la otra, para detenernos o avanzar, nos complacemos mutuamente. Cocinamos e inventamos, nos reímos, ella resuelve cosas que yo no puedo. Cuando necesitamos cariño nos abrazamos, nos gustan los mimos y los gatos. Nos aliamos fácilmente en las protestas sociales y en las conquistas por los derechos.   
A la vez nosotros padres al propiciar esta conexión con nuestros hijos estamos valorando su individualidad y a la vez estamos vinculándonos  con nuestros propios padres. Carola Castillo, especialista en constelaciones familiares, dice que los hijos adultos independientes no hacen lo que sus padres quieren, ni tampoco hacen lo contrario, no esperan que sus padres cambien, ni rompen el vínculo con ellos. Sencillamente, los adultos independientes nos sentimos  agradecidos por la vida que nuestros padres nos dieron, a la vez que pasamos esa misma energía a nuestros hijos, que se nos parecen, pero que por suerte nos trascienden.  



1 comentario:

  1. Maravilloso, te felicito por esa familia, sigue disfrutando de tus hijos y tus nietos!

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