domingo, 9 de febrero de 2014

El eterno presente o la agonía de la conciencia



En los últimos tiempos el péndulo de las teorías sobre el buen vivir se encuentra en el presente. ¿Quién puede  negar que el presente es la única oportunidad que tenemos para vivir? El pasado ya pasó y el futuro todavía no existe. 
Para aquellas  personas que viven apegadas al pasado, apesadumbradas o cargando culpas, el mejor consejo es “viva su presente”. Para las que viven  ansiosas y temerosas por el futuro, le sugerimos  “vive aquí y ahora”.
Ahora bien, el presente es vivido por un ser humano. Un ser humano con conciencia de sí mismo, que naturalmente busca el sentido de su vida y que lucha por encontrarlo en medio de la fragmentación que nos amenaza. Nadie se baña dos veces en el mismo río postulaba Heráclito. Así es, las aguas de esos “ríos” son nuevas y te renuevan,  pero la experiencia es registrada en una misma conciencia,  en continua evolución. 
Sin conciencia no importa la memoria, sin memoria nos repetimos  como un disco rayado y volvemos a empezar  cada minuto sin posibilidad de construcción y crecimiento a lo alto y hondo de la conciencia. Dijo Unamuno que “la memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo”. En la película francesa “Un compromiso muy largo”, una joven busca su prometido después de la primera guerra mundial. Él había perdido la memoria y con ella la conciencia de la relación. Por suerte una chispa de conciencia  logra conectarlos de nuevo y devolverle a ella la esperanza de la reconstrucción  de la relación.
 El constante presente como absoluto y filosofía de vida, es como una pérdida de memoria; forma  parte de la cultura de lo desechable. Se usa el presente y se bota y de paso las personas, sus corazones y sus intelectos. Más tarde o más temprano el mismo ser humano reclama sentido, porque somos cuerpo y espíritu indisoluble. El sentido no emerge de los momentos fragmentados sino que se teje a lo largo y ancho de la vida, claro está, en progresos y retrocesos.
La conciencia, que es  saber profundo se forja viviendo despiertos, rememorando, haciendo asociaciones, redimensionando y también simplificando. La conciencia puede ser liberadora según Eric Fromm, si con ella somos capaces de liberarnos de las cadenas del engaño. Una de la razones de hacer del presente un absoluto es la incapacidad de lidiar con este mundo de trampas. Se nos perdió el hilo de Ariadna y ya no encontramos la salida del laberinto. Se  cayeron nuestros dioses de barro, políticos, religiosos, afectivos… La alternativa no es escaparnos en el minuto que se escapa. La opción, dice Fromm es aumentar nuestra percepción de la realidad para ser más independientes y encontrar el equilibrio dentro de nosotros mismos. 
Ciertamente el presente es lo único de que disponemos, vivirlo con todos los sentidos y  a conciencia es un imperativo. No obstante, imaginémonos  viviendo el presente  a ultranza: ya que el futuro no existe, qué importan las consecuencias de nuestros actos, la satisfacción de los deseos y las necesidades momentáneas es lo único que cuenta, volver la mirada sobre lo que pasó no tiene sentido. De esta forma no hay posibilidad de construir  proyectos éticos entre seres humanos. El sentido de la vida desfallece y el escepticismo pasa por  el cinismo y se disfraza de trivialidad.
 La vida es continua y mutante a la vez. Amanece,  atardece y anochece.  Somos temporales con aspiraciones de infinitud. Ni la temporalidad ni la infinitud las podemos negar. Más bien, vivamos a plenitud el presente, con la conciencia triple de redimensionar el pasado, enriquecer el presente y proyectarlo al futuro.     


2 comentarios:

  1. Que reflexión tan atinada y oportuna. Ella nos deja un aporte muy significativo en el sentido de vivir el presente desde una conciencia plena y profunda.

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