En los últimos tiempos el péndulo de las teorías sobre el buen vivir se
encuentra en el
presente. ¿Quién puede negar
que el presente es la única oportunidad que tenemos para vivir? El pasado ya
pasó y el futuro todavía no existe.
Para aquellas personas que viven apegadas al pasado,
apesadumbradas o cargando culpas, el mejor consejo es “viva su presente”. Para
las que viven ansiosas y
temerosas por el futuro, le sugerimos
“vive aquí y ahora”.
Ahora bien, el presente es vivido por un ser humano. Un
ser humano con conciencia de sí mismo, que naturalmente busca el sentido de su
vida y que lucha por encontrarlo en medio de la fragmentación que nos amenaza.
Nadie se baña dos veces en el mismo río postulaba Heráclito. Así es, las aguas
de esos “ríos” son nuevas y te renuevan, pero
la experiencia es registrada en una misma conciencia, en continua evolución.
Sin conciencia no importa la memoria, sin memoria nos
repetimos como un disco rayado y
volvemos a empezar cada minuto sin
posibilidad de construcción y crecimiento a lo alto y hondo de la conciencia. Dijo Unamuno que
“la memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo
es de la personalidad colectiva de un pueblo”. En la película francesa “Un
compromiso muy largo”, una joven busca su prometido después de la primera
guerra mundial. Él había perdido la memoria y con ella la conciencia de la
relación. Por suerte una chispa de conciencia logra
conectarlos de nuevo y devolverle a ella la esperanza de la reconstrucción de la relación.
El constante presente como absoluto y filosofía de vida, es
como una pérdida de memoria; forma parte de la cultura de lo desechable. Se usa el
presente y se bota y de paso las personas, sus corazones y sus intelectos. Más
tarde o más temprano el mismo ser humano reclama sentido, porque somos cuerpo y
espíritu indisoluble. El sentido no emerge de los momentos fragmentados sino que
se teje a lo largo y ancho de la vida, claro está, en progresos y retrocesos.
La conciencia, que es saber
profundo se forja viviendo despiertos, rememorando, haciendo asociaciones,
redimensionando y también simplificando. La conciencia puede ser liberadora según
Eric Fromm, si con ella somos capaces de liberarnos de las cadenas del engaño.
Una de la razones de hacer del presente un absoluto es la incapacidad de lidiar
con este mundo de trampas. Se nos perdió el hilo de Ariadna y ya no encontramos
la salida del laberinto. Se cayeron
nuestros dioses de barro, políticos, religiosos, afectivos… La alternativa no
es escaparnos en el minuto que se escapa. La opción, dice Fromm es aumentar
nuestra percepción de la realidad para ser más independientes y encontrar el
equilibrio dentro de nosotros mismos.
Ciertamente el presente es lo único de que disponemos,
vivirlo con todos los sentidos y a
conciencia es un imperativo. No obstante, imaginémonos viviendo el presente a ultranza: ya que el futuro no
existe, qué importan las consecuencias de nuestros actos, la satisfacción de
los deseos y las necesidades momentáneas es lo único que cuenta, volver la mirada
sobre lo que pasó no tiene sentido. De esta forma no hay posibilidad de
construir proyectos éticos entre seres humanos.
El sentido de la vida desfallece y el escepticismo pasa por el cinismo y se disfraza de
trivialidad.
La vida es continua y mutante a la vez.
Amanece, atardece y
anochece. Somos temporales con
aspiraciones de infinitud. Ni la temporalidad ni la infinitud las podemos negar.
Más bien, vivamos a plenitud el presente, con la conciencia triple de redimensionar
el pasado, enriquecer el presente y proyectarlo al futuro.
Excelente!
ResponderEliminarQue reflexión tan atinada y oportuna. Ella nos deja un aporte muy significativo en el sentido de vivir el presente desde una conciencia plena y profunda.
ResponderEliminar