domingo, 31 de agosto de 2014

El cariño entre profesor y estudiante

De seguro, todos hemos experimentado una cercanía afectiva con algún profesor en nuestra vida escolar o en la etapa universitaria. Así, podemos apreciar la importancia que tiene la relación afectiva entre maestros y alumnos como puente para un mejor aprendizaje. Freire, de manera categórica, decía: “Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar”.
El afecto normalmente es mutuo. Cuando alguien nos expresa afecto es decir nos muestra con sus acciones que somos importantes o especiales,  normalmente nos sentimos motivados a devolver ese afecto. La relación afectiva constructiva afirma la identidad del otro y lo hace más humano porque mueve las fibras más sensibles de su ser. Cada relación afectiva es única y las expresiones de ese afecto varían de persona a persona, así como según el tipo de relación.  
La relación maestro –alumno es eminentemente una relación de enseñanza- aprendizaje. El cariño  ocurre en este contexto, el cual es apreciado por el alumno en la medida en que éste último se siente comprendido, apoyado, retado, estimulado, acompañado en su proceso de aprendizaje. Estas acciones del maestro van a generar en el alumno unas actitudes en reciprocidad como son la confianza en sí mismo y en lo que hace, el compromiso, el entusiasmo, la apertura, el cariño. El maestro como mediador se constituye en canal de propuestas de conocimiento ofreciéndose a sí mismo como garante de ese aprendizaje.
 El estudiante se da cuenta cuando el profesor lo estima. Lo descubre en la manera en que se conecta  con sus intereses y con sus habilidades; en los temas que trata en clase y su pertinente manera de hacerlo para que él o ella encuentre sentido en lo que aprende. Así mismo, en las estrategias que despliega para tratar de involucrar al estudiante y sus especiales habilidades y hacerle más viables los contenidos.
En el contexto de la relación afectiva, el profesor  desafía a sus alumnos a dar lo mejor de sí mismos. Además, comparte la alegría del aprendizaje, porque es un logro de ambos. Paulo Freire dice  con acierto que “es notable la capacidad que tiene la experiencia pedagógica para despertar, estimular y desarrollar en nosotros el gusto de querer bien y el gusto de la alegría, sin la cual la práctica educativa pierde sentido”.  Quizá  es esto a lo que llamamos vocación: el maestro que tiene vocación experimenta este gozo de enseñar para que el otro aprenda y esto es interpretado en términos afectivos por el alumno.
 En un colegio de la ciudad se realizó una encuesta a grupos de estudiantes acerca de cuáles eran las características que ellos consideraban debería tener un buen docente. Las respuestas fueron luego clasificadas en dos dimensiones: didáctica y  afectiva. Respuestas tales como dominio de la materia, estrategias de enseñanza variadas, calidad de la evaluación  que son de orden didáctico se emitieron junto a respuestas de orden afectivo tales como  interés del profesor por el alumno, las características personales del profesor (justo, cariñoso, que sepa escuchar), su capacidad de entusiasmar y de relacionarse.
Un profesor puede ser  buena gente y cariñoso, pero no será apreciado por sus alumnos si ellos sienten que no aprenden, que sus capacidades  no están siendo desarrolladas. Así mismo un profesor puede ser muy simpático, pero si no prepara bien su clase,  o pierde el tiempo o no tiene un manejo adecuado de la disciplina en el curso, de seguro estos factores disminuirán su autoridad y el aprecio de sus alumnos. Un profesor muy exigente pero que devuelve los exámenes  con anotaciones y sugerencias que le permiten al alumno conocer sus errores y superarlos, está demostrando que le importa el aprendizaje de los alumnos y esto es interpretado afectivamente, aunque sea una cualidad didáctica.
Cada profesor tiene su estilo de expresar cariño a sus estudiantes. El asunto no consiste en hablar y sonreír mucho, es mucho más que eso. Para que la acción educativa sea efectiva ha de pasar por lo afectivo, porque el aprendizaje pasa por la autoestima, la motivación, la confianza en sí mismo, la alegría de aprender. El entusiasmo por lo que se enseña enciende a su vez el entusiasmo en los alumnos. Por esto la importancia de que el profesor ame su materia, lo cual funciona como una invitación a aprender aquello que el profesor tanto ama. En este sentido es importante la vocación, es decir el afán porque el otro se aprenda. Por eso observamos que el maestro que tiene vocación se afana buscando estrategias para convocar a sus alumnos al aprendizaje de su materia.
 El respeto por el alumno y su proceso de aprendizaje, produce también un lazo o puente afectivo  entre el profesor y el alumno. ¿Qué alumno puede querer un profesor que lo burle o que continuamente se muestre desesperado y desesperanzado? 
El ser humano es un todo integrado. Es imposible deslindar lo emocional de lo espiritual, de lo físico, de lo mental. El comprender algo produce una emoción en la persona más fría. El no comprender algo produce ansiedad en el más despreocupado y si esto se prolonga puede afectar su salud. En una de las “Cartas a quien pretende enseñar”, Freire le dice a los docentes: “Es preciso atreverse para decir científicamente y no blablablamente, que estudiamos, aprendemos, enseñamos y conocemos con nuestro cuerpo entero. Con los sentimientos, con las emociones, con los deseos, con los miedos, con las dudas, con la pasión y también con la razón crítica”.





No hay comentarios:

Publicar un comentario