domingo, 7 de septiembre de 2014

Educar para la sensibilidad y la ternura

Cuando éramos niños, de la forma más natural, nos divertíamos al aire libre, tanto en los días de semana que jugábamos en el vecindario, se montaba bicicleta, patines,  como en los fines de semana que íbamos al campo, a la playa o a un río. Las circunstancias actuales han condicionado la forma de diversión de las familias. En los días de semana hay clases particulares y se practican juegos electrónicos, los fines de semana se va al cine o a un centro comercial.

Con suerte, los niños de apartamento y de padres superocupados, conocen las  playas de La Romana, (“Romana”) Bávaro  y Juan Dolio y sus respectivos resorts. Pero quizá nunca se han bañado en un río, ni han jugado a encontrar figuras en las nubes, ni a contar los colores del arcoíris. Tampoco han “maroteado” frutas en solares baldíos, mucho menos han visto en el cielo estrellas fugaces. 
De seguro los niños  actuales manejan el mouse con destreza, desde que tienen menos de un año pasan el dedo por la pantalla de un Ipad para cambiar de imagen. Bajan canciones y juegos de la computadora, y consiguen cuanta información existe bajo la mirada atónita de padres y abuelos que comentan orgullosos su gran inteligencia. 
Lo más probable es que los niños actuales al ver una película la entiendan enseguida aunque esté comenzada, además de la facilidad que tienen para manejar los controles,  los canales y para poner un dvd… ante la sorpresa de nosotros los adultos, que tenemos que aplicarnos a fondo para realizar cualquiera de esas operaciones.
Todas esas destrezas y competencias propias del mundo actual, entre otras cosas también les ha investido de una autoridad frente a los adultos expresada a veces con un: “pásame que tú no sabes” o, “ven para explicarte”. Algunos adultos se sienten amilanados y torpes frente a estas criaturas que se la saben casi todas.
Nosotros los adultos somos los responsables de educar a esta nueva generación transmitiéndoles los saberes y desarrollando en ellos una capacidad de disfrute a la que ellos no están tan expuestos ni por la TV ni por los medios electrónicos, a saber, el goce del mundo de lo natural y  sensible, el que se percibe a través de los sentidos y se aposenta en el alma.
Muchos de nosotros los mayores, padres, madres y educadores de hoy día, nos sentábamos en una mesa con mantel de cuadritos a saborear un sancocho de varias carnes y a pescar longanizas y los víveres que más nos gustaban. También escogíamos de una bandeja de tostones el más quemadito, disfrutábamos del olor de la leche hirviendo. Comimos concon, y con una cuchara raspamos el dulce de leche pegado en una olla de hierro. Estos y otros placeres de los sentidos no se consiguen por medio tecnológicos, ni los ofrece McDonald y Pizzahut.
Recordemos que tuvimos madres, o padres, abuelas  o  abuelos, tíos o tías, padrinos o madrinas  con suficiente tiempo libre para contarnos cuentos, llevarnos al campo, abrazarnos largo rato, prepararnos una batida, traernos un sencillo pero significativo regalo. Había tiempo para la ternura. Estos niños nuestros de ahora, se han encontrado que todo el mundo está ocupado y de prisa. Solo la tv y la computadora los escuchan y tienen paciencia, no se mueven.
Nuestros niños y niñas necesitan de nuestras experiencias y relatos y de la felicidad que emanamos al hacerlos. Aunque no les sirvan para resolver nada inmediato necesitan que los enseñemos a explorar, a mirar pequeñas cosas y a disfrutar de lo sencillo. Nuestros niños y jóvenes requieren de nuestros oídos, de nuestro cariño, de nuestras anécdotas. No nos cansemos de enseñarles la luna lunera cascabelera, ni de darles a oler una pequeña rosa, ni de darles a probar un dulcito de coco o una carambola. Toquemos con ellos una hoja aterciopelada, escuchemos una cigüita mañanera o un grillo molestoso.
El gusto se afina y refina, la sensibilidad se educa. A mirar, a oler, a escuchar, a saborear, a sentir con las manos la suavidad de otras manos o el calor de un abrazo, a todo eso se aprende. Recuperemos con ellos el valor de una caricia, de una sonrisa, de una palabra hermosa, de un verso de amor y de un gesto solidario. Esta es nuestra fortaleza, aquí reside nuestra autoridad, estos son los puentes donde podemos encontrarnos: en lo sensible, en lo natural, en lo netamente humano, eso no cambia.

Tantas cosas han ido a parar a la escuela, lo sé, pero educar la sensibilidad, ésta,  por si acaso, no la podemos soltar en banda. En esta dimensión la escuela también tiene que tener respuestas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario