Hablar de romanticismo hoy día es motivo de burla. Cuando te llaman romántico también te están diciendo iluso, aéreo, fuera de época. El romanticismo está desprestigiado en la sociedad actual
porque muchas veces no produce resultados tangibles, mucho menos dividendos. El
romántico se problematiza , pudiera “perder” su
tiempo en reuniones y encuentros sin utilidad práctica inmediata, pero se
regocija de formar parte de proyectos trascendentes.
Michael Lowy al
final de una de sus obras dice: “la utopía será romántica o no será”. Afirma
además que “el romanticismo es un movimiento cultural de protesta contra la
civilización industrial-capitalista moderna porque considera que ella
destruye los valores comunitarios; porque cuantifica y cosifica la vida social;
y lo más importante: porque produce el desencantamiento del mundo”.
Estamos en agosto, mes del año que nueva vez nos trae
aromas de libros recién salidos de imprenta y virutas de sacapuntas. Mes que rememora
uniformes planchados, zapatos lustrados, maestros nuevos y reencuentros con
los amigos de siempre. El año escolar comienza a germinar, maestros y alumnos
están envueltos en esta aureola romántica. Los maestros ya tienen planificadas
su clase estrella, los alumnos esperan por las novedades del nuevo curso. Enseñar
y aprender, la utopía flota en el aire,
hay que buscar el para qué. Hay que viabilizarla con estrategias pertinentes, hace falta pragmatismo también.
Enseñar y aprender en la escuela es un proceso
comunitario donde a la vez se aprende a convivir y compartir saberes. En la
escuela se crean mundos posibles y se sueña con un mundo donde sea posible
vivir sin perder el ser. En la escuela para el desarrollo humano la vida está
presente, porque propiciar los procesos vitales favorece los procesos
cognitivos y viceversa. Freire habla de crear la escuela alegre…en la que se
piensa, se ama, la escuela que le dice sí a la vida.
Si nuestros niños, niñas y jóvenes no encuentran en la
escuela un espacio donde formarse como personas humanas junto a otros y otras; si
todo se traduce en competiciones y exámenes; si la vida cotidiana y sus
desafíos no tienen espacio de reflexión y solución; si pensar y trabajar por la construcción de un mundo mejor deja de ser
una permanente utopía; si las relaciones entre maestro y alumno son
transacciones comerciales de puntos; si nos cansamos de saludarnos,
abrazarnos y sonreír… En fin, si la escuela deja de ser romántica,
soñadora, hacedora de utopías entonces deja de tener sentido.
Hugo Assman en su libro “Placer y Ternura en la
educación” hace un llamado a reencantar la educación, ya que para él la
educación tiene una función determinante en la creación de la
sensibilidad social necesaria para reorientar a la humanidad.
Experiencias efectivas de aprendizaje y sensibilidad solidaria van de la mano.
¿Qué mejor que el ámbito de la escuela para conjugarlas?
Si queremos una sociedad permeada por valores democráticos,
la escuela ha de ser democrática. Si queremos personas laboriosas, que piensen;
con capacidad para decidir y solucionar problemas, personas alegres, sensibles,
soñadoras, con capacidad de disfrutar la
vida, todo eso tiene que estar presente
en la escuela. La escuela es el laboratorio
por excelencia para construir la sociedad que queremos, pero hay que
reinventarla, inyectarle romanticismo, urgentemente.
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