domingo, 24 de agosto de 2014

Una escuela para vivir mejor

Hablar de romanticismo hoy día es  motivo de burla. Cuando te llaman romántico también te están diciendo iluso, aéreo, fuera de época. El romanticismo está desprestigiado en la sociedad actual porque muchas veces no produce resultados tangibles, mucho menos dividendos. El romántico se problematiza ,  pudiera “perder” su tiempo en reuniones y encuentros sin utilidad práctica inmediata, pero se regocija de formar parte de proyectos trascendentes.


Michael Lowy  al final de una de sus obras dice: “la utopía será romántica o no será”. Afirma además que “el romanticismo es un movimiento cultural de protesta contra la civilización industrial-capitalista moderna porque  considera que ella destruye los valores comunitarios; porque cuantifica y cosifica la vida social; y lo más importante: porque produce el desencantamiento del mundo”.  
Estamos en agosto, mes del año que nueva vez nos trae aromas de libros recién salidos de imprenta y  virutas de sacapuntas. Mes  que rememora uniformes planchados, zapatos lustrados, maestros nuevos  y reencuentros con los amigos de siempre. El año escolar comienza a germinar, maestros y alumnos están envueltos en esta aureola romántica. Los maestros ya tienen planificadas su clase estrella, los alumnos esperan por las novedades del nuevo curso. Enseñar y aprender, la  utopía flota en el aire, hay que buscar el para qué. Hay que viabilizarla con estrategias pertinentes, hace falta pragmatismo también.
Enseñar y aprender en la escuela es un proceso comunitario donde a la vez se aprende a convivir y compartir saberes. En la escuela se crean mundos posibles y se sueña con un mundo donde sea posible vivir sin perder el ser. En la escuela para el desarrollo humano la vida está presente, porque propiciar los procesos vitales favorece los procesos cognitivos y viceversa. Freire habla de crear la escuela alegre…en la que se piensa,  se ama, la escuela que le dice sí a la vida. 
Si nuestros niños, niñas y jóvenes no encuentran en la escuela un espacio donde formarse como personas humanas junto a otros y otras; si todo se traduce en competiciones y exámenes; si la vida cotidiana y sus desafíos no tienen espacio de reflexión y solución; si pensar y trabajar por  la construcción de un mundo mejor deja de ser una permanente utopía; si las relaciones entre maestro y alumno son transacciones comerciales de puntos; si nos cansamos de saludarnos, abrazarnos  y sonreír… En fin, si la escuela deja  de ser romántica, soñadora, hacedora de utopías entonces deja de tener sentido.
Hugo Assman en su libro “Placer y Ternura en la educación”  hace un llamado a reencantar la educación, ya que para él la educación tiene una función determinante  en la creación de la sensibilidad social necesaria para reorientar a la humanidad.  Experiencias efectivas de aprendizaje y sensibilidad solidaria van de la mano. ¿Qué mejor que el ámbito de la escuela para conjugarlas? 
Si queremos una sociedad permeada por valores democráticos, la escuela ha de ser democrática. Si queremos personas laboriosas, que piensen; con capacidad para decidir y solucionar problemas, personas alegres, sensibles, soñadoras,  con capacidad de disfrutar la vida, todo  eso tiene que estar presente en la escuela. La escuela es el laboratorio por excelencia para construir la sociedad que queremos, pero hay que reinventarla, inyectarle romanticismo, urgentemente.


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