martes, 25 de junio de 2013

Las delicias de la Autopista Duarte




La autopista Duarte es como un malecón terrestre. Divide la isla para descubrirla en toda su belleza y diversidad natural y cultural. Después del peaje y aproximadamente en el km. 28  la ciudad queda atrás con  sus apuros y afanes. Así, se inicia la aventura con unas sabrosas semillas de cajuil, que te acompañarán en el trayecto por este vívido espectáculo hasta un poco antes de la entrada de Santiago.

Más adelante las colinas y montañas de tierra roja cubiertas de todo tipo de verdes texturas, entre ellas el pasto de la res cebú que abunda por esa región. En algunas épocas del año se vislumbran a mano izquierda unas manchas anaranjadas, son amapolas, las  que fueron sembradas quizá hace décadas para hacerle sombra al café, aquél que solo crecía debajo de esas gigantes y alargadas plantas que dejan pasar el justo sol para ese café primigenio.

Sigues avanzando y encuentras a tu derecha la loma Arroyo Novillero que a pesar del ciclón George luce de nuevo su nutrido bosque poblado de maras, pinos y acacias y los almendros de su falda. Inmediatamente los naranjos que sustituyeron a los cañaverales. En algunos periodos se puede sentir intensamente el olor de sus azahares, en otras disfrutar de la visión de la abundancia de la madre tierra al contemplar sus frutos.

Por esa misma zona plantaron unos bambúes donde se tiene la fantasía de avistar un oso panda. Un poco antes de La Cumbre pudiera ser que  te abra el apetito un penetrante olor a orégano, si está en cosecha. Ya con las ruedas en La  Cumbre  podrías degustar galletas, queso de hoja y ricos dulces leche y de frutas… pero mejor a la vuelta que te queda a la derecha y así regresas a casa con las manos llenas.

Pasada La Cumbre viene un hermoso pasaje de bosque húmedo. Algunos pinares y   yagrumos adornan las montañas. A la orilla de la carretera flores y plantas típicas del  microclima: los helechos gigantes tipo sombrilla depredados para utilizar sus troncos como lecho de orquídeas, las flores de cera, platanitos y gíngeres rojos y rosados.

Luego se comienzan a ver unas esteras de colores brillantes y variados usos colgadas ambos lados del camino.  Ya casi a la entrada de Cotuí se pueden contemplar unas hermosas colinas de un  verde muy claro, insinuante de serenidad y descanso.

Llegas a la llanura de Bonao y de seguro estará nublado o lloviendo, aunque no dejan de faltar de vez en cuando los rayos del sol que harán brillar lo brotes tiernos de arroz, que  como hierba jugosa  abren el apetito de cualquier ser humano que no dudaría en convertirse en ternero o en conejo. Un poco más adelante las hortensias o la ilusión de ver campos azules y rosas repletos de bonches  redondos llenos de mariposas y abejas, como fue  quizá en algún tiempo.

Por ese mismo tramo están los paradores que reparan el cuerpo. No puedo dejar de mencionar el asopao de cangrejo de uno de ellos y los dulcitos de coco con caramelo rojo, a los cuales un amigo les llama bomberitos. Las truchas engarzadas de la presa Rincón  están a la vera del camino, con los vendedores rociándoles agua para que luzcan acabaditas de pescar.

Continuamos la excursión y contemplamos uno de los bosques más exuberantes, repleto de maras, pinos y yagrumos y en medio una casita azul. ¡Ay, quien viviera en esa casita! Si  para este momento  usted tuviera sed entonces podrá detenerse a tomar coco de agua o a comprar mangos, zapotes, tayotas, naranjas agrias, guineos….

Luego, una de las  paradas obligadas: los chicharrones de la entrada de San Francisco de Macorís; son especiales, no engordan, no rompen dientes, ni le caen pesados al estómago, sino me creen pregúntenselo a mi abuela.  Por esa misma zona las bateas y cucharones hechos de madera fresca y blanca y que de algún tiempo a esta parte los pintan con motivos campestres.

Ya estamos casi en el Valle de la Vega Real, inmenso, fértil, salpicado de vacas y toros y  por supuesto de garzas que adornan al atardecer un árbol de javilla. Unos kilómetros de avanzada y contemplamos unos platanales  seguidos de  los cigarrones de la granja agrícola de los salesianos y su típico campo de fútbol.

El trayecto de La Vega a Santiago está salpimentado por un ejército de palmeras y canas, puestos de frutas, muebles, artesanía de barro, pajaritos amarillos, periquitos de colores, cotorras, gansos, pajuiles, patos, guineas. Después del cruce de Moca llaman la atención las suaves colinas que invitan a caminarlas hasta llegar al “pueblo mío que estás en la colina, tendido….”.


Y, se inicia la entrada a Santiago, repleta de ambiciosas construcciones, motores, paradores que anuncian nuevos afanes, esos que habíamos dejado atrás, antes del kilómetro 28.  

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