sábado, 8 de junio de 2013

Al partir un beso y una flor...


Muchas veces se dice adiós con un movimiento reflejo de la mano sin siquiera mirar a  los ojos. A veces se dice adiós con la conciencia y con la mano que se bate para un lado y para otro, sin más. En ocasiones contadas se dice adiós con las manos lentamente ondulantes y con la conciencia advirtiendo al corazón entristecido, que guarde la compostura.

Muchas son las despedidas que hacemos a lo largo de la vida para cerrar y abrir ciclos. Te despides de objetos, de situaciones, de animales, de personas. En el caso de los objetos la despedida es de una sola vía, el objeto no se despide sino que tú te deshaces de él porque ya no te sirve, porque  tienes otro mejor o porque no tienes espacio para tenerlo. Al objeto lo tienes, lo manipulas, tanto, que le atribuyes a conveniencia sentimientos humanos, pero una vez  es sustituido, queda en el olvido.

Despedirse de una situación, voluntariamente o de manera obligada, conlleva romper con la comodidad de la inercia.  Cuando las situaciones tienen además personas implicadas como es  el caso de los trabajos o las relaciones sentimentales todavía cuesta más. A veces las personas se ven conminadas a dejar un trabajo que es el eje de toda su vida y que cambiará todo su estilo de vivir y hasta de ser.(Tantas veces al dejar un trabajo te espera otro mejor.) Romper una relación sentimental es más o menos difícil de acuerdo a las motivaciones y dependiendo de quién  tome la decisión.    

La relación con un animal puede ser de tal magnitud, que la despedida generalmente por muerte del animal, puede afectar  la estabilidad emocional de la persona que experimenta la pérdida. Si la separación es por extravío, al animal se le endilgan unos sentimientos y pensamientos que hacen que el sufrimiento  sea doble: sufres por ti mismo y por lo que la mascota estaría  sufriendo en su abandono. Cuando la despedida es por muerte  queda “el espacio en que no está” y el nunca jamás, a menos que imaginemos un cielo de gatos o de burros.

Despedir a una persona es más complejo. La relación entre las personas se basa en lo que ha sucedido y en lo que no ha sucedido. En lo que se dijo o pudo haber dicho o se dejó de decir. En lo que se hizo, o pudo haberse hecho. Romper una relación sentimental es duro pero lo será más aun  para quien es informado de la decisión.Alguien dijo “la distancia no es cuánto nos separemos, la distancia es si no volvemos”. Sin embargo, cuán necesario y saludable es tomar esas radicales decisiones.

Cuando la despedida es por muerte, pueden quedar interrogantes sin resolver  en el que se queda, que a veces pesan en el duelo más que el mismo dolor por la separación. Cuando la despedida es en paz y alegría está el consuelo de los momentos compartidos y  la esperanza del reencuentro. 

Al constituir un hogar, una familia, nos preparamos para convertirnos en centro espacial. Cada uno de nuestros hijos tiene vocación de autonomía y para eso los educamos: para tomar sus propias decisiones y vivir por su propia cuenta. Cada uno, al partir en su propia nave espacial, convierte el antiguo hogar en un centro de renovación de carga energética, de consultas rápidas para el próximo vuelo. Ellos se van ligeros de equipaje, pero no están seguros si lo que llevan es lo que definitivamente van a necesitar, así que mantienen parte del equipaje en el hogar, hasta que se dan cuenta que en su nuevo estilo de vida casi no lo necesitan.


Los hijos se van, porque el hogar les  queda pequeño a sus ansias de aprendizaje e independencia. Van en busca de otras experiencias que su hogar no puede ofrecerles. Despedir los hijos te obliga a mirarte tú mismo. La búsqueda de su autonomía es un cuestionamiento a la tuya propia. Tienes una nueva oportunidad de ser por ti mismo y no en función de otro.  “Al partir un beso y una flor, un te quiero, una caricia y un adiós, es ligero equipaje…”, sin embargo  todo lo que se necesita para despedirse en paz y alegría es la mutua certeza del amor. 

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