Somos un complejo entramado de emociones, genes,
circunstancias, presiones culturales, situaciones límite, convicciones, miedos…Así
que predecir nuestro futuro no es tarea sencilla.
La gente no cambia dicen con lamento algunos cínicos y pesimistas. Este es el postulado que
siembra a la gente en una postura estática generalmente negativa, robándole su
capacidad para reinventarse y ser mejor.
La falta de confianza en la capacidad de cambio de los seres
humanos radica en parte en nuestra rigidez mental. La mente racional que
intenta clasificarlo y esquematizarlo
todo, se pone terca cuando de repente detecta un dato que no cabe. La mente se
resiste al cambio, sin embargo la situación que obliga a transformar el esquema
está en el umbral pidiendo entrar. Se
produce entonces una disonancia cognoscitiva que momentáneamente nos trastorna.
Las personas sí cambian, para bien y para mal. Es más, a veces no
cambian, son así, de dos maneras, con dos o más facetas. Un cuento oriental
habla de los dos lobos, uno malo y otro bueno que nos acompañan a lo largo de
la vida, uno más enclenque y otro más fuerte. ¿Cuál de los dos será el fuerte?
El maestro responde: el que tú alimentes.
El ser humano cambia. Las circunstancias contribuyen al
cambio, las experiencias asimiladas y procesadas nos ayudan a cambiar para bien,
porque nos colocan los pies en la tierra, nos hacen reconocer nuestra humanidad
compartida. Así mismo nos liberan de ataduras y condicionamientos, de
comportamientos automáticos; nos hacen más conscientes de nuestras acciones.
Pero también la gente cambia… con lamento. Las circunstancias y el grupo te condicionan
a posturas y creencias acartonadas y artificiales; a creerte que eres de una
raza escogida, con leyes especiales. La gente que te rodea te quiere de cierta
manera y te hacen a su antojo para que respondas a sus expectativas.
No todos hacemos el mismo viaje y tampoco de la misma
manera. Unos caminan a ratos por desiertos y a ratos por bosques de malezas,
mirando hermosos paisajes o transitando basureros; subiendo empinadas lomas o
cómodos valles. Hay trayectos en que nos
encontramos y otros en que nos volvemos a separar, a veces para no juntarnos
jamás. En esos trayectos aprendemos, desaprendemos, nos resistimos o nos
hacemos los desentendidos.
Unos cambiamos para ser mejores: más humanos, más
inclusivos, más tolerantes, más independientes, más libres. Otros cambiamos
para retroceder a las cavernas: más defensivos u ofensivos, más déspotas, más
egoístas, más mentirosos.
Pasamos la vida en cambios, lo bueno es que en el fondo somos
los mismos y eso nos da la capacidad de recapacitar, de reír de nosotros
mismos, de no tomarnos tan en serio. Es asunto de conciencia, de aterrizaje
para volver a despegar, de saber que tarde o temprano nos encontraremos con
nosotros mismos y ojalá que sea tanto en la salud como en la enfermedad, así en la alegría, como también en la pena.
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