domingo, 29 de septiembre de 2013

Racismo manifiesto o solapado?

El racismo es una mezcla de ideas  y sentimientos de superioridad que todavía perviven en muchas personas de los pueblos europeos, de Estados Unidos, Canadá, Medio Oriente, Africa, América Latina, República Dominicana y que va en detrimento de personas de otras culturas.  Casi nadie admite que es racista, quizá porque en nuestra cultura occidental esta ideología atenta contra todos los valores de las constituciones modernas: igualdad, libertad, fraternidad. De manera que el racismo a todas luces es un atraso. Pero no por ser un  “ismo” pasado de moda se ha salido de nuestras almas, más bien lo tenemos tan guardado que le ha faltado oxígeno y se ha enquistado.
En diferentes estratos de la piel, a diferentes niveles de la conciencia, en diferentes expresiones verbales y conductuales,  el racismo se nos manifiesta. Los motivos existen: ancestrales, irracionales, ridículos, pero existen.
Los conquistadores y sus descendientes  discriminaron por su color a otros seres humanos. Ellos  “cazaron”  hombres y mujeres  de diferentes tribus de las costas africanas y los importaron a América para el corte de la caña, sin compasión de sus sentimientos y sus almas, mucho menos de  sus cuerpos. El poderío de los europeos de ese tiempo se manifestó en un blancocentrismo. Si  ellos hubieran sido negros, la desteñida raza blanca hubiera sido entonces la víctima de su voracidad.
Hay muchos entre nosotros que todavía no aceptan que el género humano, tal y como lo conocemos hoy, proviene del continente africano y no del paraíso de la Mesopotamia entre el Tigris y el Eufrates. Somos una misma raza universal en peregrinación por el mundo entero que al disgregarse tomó colores y expresiones culturales diversas. Fernando Savater  exhorta a los educadores diciendo: “cultivemos la floresta, disfrutemos de sus fragancias y de sus múltiples sabores, pero no olvidemos la semejanza esencial que une por la raíz el sentido común de tanta pluralidad de formas y matices…solo volviendo a la raíz que nos emparienta podremos los seres humanos ser huéspedes los unos para los otros ”.  
 El racismo nuestro está muy sectorizado. Lo hay de niveles diferentes dependiendo de si el color va mezclado o no con otras condiciones desventajosas como la pobreza o la nacionalidad. Usted no ha visto en este país a alguien que sea racista contra un afgano, albano, vietnamita,  guaraní o visigodo! Quizá contra éstos haya expresiones culturales que asombren, pero enseguida se les buscará una explicación que traerá comprensión y sosiego.
 Veamos algunos matices: si una persona de color negro es pobre la condición de prejuicio social se acentúa. Si el pobre es albano concita un poco más de acogida. Si la persona negra es rica y  “educada” entonces será más aceptada su negritud. Si es un negro  de Zambia con un turbante será tratado como un ser exótico, pero si es del  país vecino con un trapo rojo en la cabeza podría ser considerado brujo.
Por otra parte hay grados de racismo todos ellos negados. Desde los nacionalistas patriotas furibundos que lo cubren de razones políticas, pasando por los buenos cristianos que se escudan en razones religiosas, siguiendo por el ciudadano común que se siente molesto por la amenaza de la “invasión  pacífica”. Todos ellos combinan en diferentes proporciones el tema de lo racial con la nacionalidad.
 Pero también hay  los racistas (los mismos) que con su pensamiento, actitudes y  conducta segregan a los propios nacionales dominicanos en razón de su color. Siguen pensando, igual que en el siglo XV, que la raza blanca es superior y lo reflejan en sus expresiones y sus chistes. Todavía oímos expresiones tales “mejorar la raza” tanto en blancos, como en mulatos y negros; “buen vientre” tienen las mujeres que paren niños “bonitos”; “el negro detrás de la oreja”,  “un negro de alma blanca”, “él es prieto pero es buena persona” son otras expresiones comunes.  Todavía el indio es un color salvador, y la nariz perfilada puede dar esperanza de que se es un negro “fino”. Pero no le preguntes a nadie si es racista porque te dirá:  “Yoooo???,  pero si yo trato muy bien a todos los prietos, a mi casa visita todo el mundo y yo tengo amigos de toda clase. Bueno, y si tu hijo o tu hija se casa con un negro o una negra??? Ahhhh bueno!!! Ya eso es otra cosa…”
Mientras no admitamos nuestro grado de racismo vamos a estar asumiéndolo  como natural. Savater insiste a los educadores: “enseñar a traicionar racionalmente en nombre de nuestra única verdadera pertenencia esencial, la humana, a lo que de excluyente, cerrado y maniático haya en nuestras afiliaciones accidentales…” Nadie  puede acusar a nadie de racista, sin embargo seamos más autocríticos para descubrirlo en la punta de la lengua o del pensamiento. Hagamos un análisis de esta absurda ideología que deja de lado la historia y la ciencia, y que sobre todo, nos clava un puñal en el mismo corazón de nuestra conformación racial, cultural y por tanto en nuestra autoestima.     


domingo, 22 de septiembre de 2013

La vida no es otra cosa que...la vida


Los eventos dolorosos nos entristecen y en el marco de la tristeza pensamos que la vida es una tragedia. Ciertamente existen momentos de profundo dolor  que  llevan a pensar  que jamás se volverá a tener alegría. Sin embargo, el alma tiene la capacidad de renacer ante un nuevo acontecimiento esperanzador. Así es  la auténtica vida.

Vivimos pasajes diversos, algunos construidos por  nosotros mismos y otros que  nos toman de sorpresa.  Algunos de ellos envuelven toda la geografía personal, otros impactan solamente una región. En cualquier caso son pasajeros,  pero dejan huellas en nuestra forma de mirar la realidad y de relacionarnos con la gente. Hermann Hesse describe así la espiral de inicios y adioses: “En cada llamada de la vida debe el corazón estar dispuesto a la despedida y a nuevos comienzos, para entregarse con valor y sin duelos a distintos y nuevos compromisos. Y en cada comienzo alienta un encanto que nos protege y nos ayuda a vivir”.  

La vida a veces procede de forma misteriosa. Su devenir  y sus convergencias con otras vidas sólo pueden constatarse  en el presente y en retrospectiva.  Por qué ocurrieron ciertos acontecimientos,  o si se pudo  evitar la ocurrencia de algunos, queda en pura especulación.  
Quedamos sorprendidos con las distintas reacciones de las personas ante  situaciones similares. Hoy día se habla de la “resiliencia”, que es la habilidad de algunas personas para surgir de la adversidad y poder convertirse en sanas y productivas. Sin duda contribuyen a este salto,  la calidad de  seres humanos significativos que rodean a esas personas que han vivido situaciones  difíciles al límite.
La vida con sus reveses y azares nos  lleva de un lado a otro en sus tres conocidas dimensiones: salud, dinero y amor. El dinero que muchas veces es lo primero que se desea  resulta ser la menos importante de las tres. Con el dinero  resolvemos  muchas cosas pero no podemos comprar el amor de verdad. La salud que tanto cuesta a veces  no siempre se deja comprar. En definitiva lo que nos disgusta de la vida es que no podemos manipularla a nuestro antojo. Solo nos resta vivirla como es. José Luis Sampedro en su ancianidad expresó: “El tiempo no es oro, el tiempo es vida”. Cuando morimos se acaba nuestro tiempo en la tierra. Por eso es que hay que saber en qué se invierte el tiempo porque determina  en qué inviertes tu vida. 
 Hay una vida que se puede calificar de desgraciada según el filósofo Séneca y yo diría de trágica; es la vida de aquellos que no viven su propia vida: “duermen cuando duermen los demás, caminan al paso que les marcan los otros; comen cuando ven que sus vecinos tiene apetito; en el amor y el odio, los más libres de todos los sentimientos, se ven forzados a obedecer. Si éstos quisieran saber cuán corta es su propia vida, que piensen de toda ella qué parte haya podido ser verdaderamente suya”.


Nuestra vida es la oportunidad de ser en este plano y  es lo único que tenemos: nuestra vida propia con otros, pero no de los otros. Cómo termina no determina su calidad. Cómo se vive en el día a día la dignifica. Lo que importa es:  las múltiples escaleras que suben y bajan, las experiencias que  se van  acumulando y las espirales que permiten ensanchar la mirada. Pero todo esto no es suficiente para entender la vida  ni mucho menos para controlarla.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Amigas de paseo


Las mujeres somos seres complejos y multifacéticos y como tales requerimos de diversos espacios y actividades. Ser madres, esposas, hijas, abuelas,  hermanas, son algunos de los roles que llevamos a cabo con ilusión y responsabilidad. También trabajamos profesionalmente, actividad ésta que nos proyecta y extiende a la comunidad. Somos además, amigas, y  éste es uno de los roles que  rescata de forma más fidedigna nuestro auténtico yo.

Cuando un grupo de mujeres tenemos la suerte de ir de paseo juntas, sin acompañantes masculinos, comentamos entre nosotras la calidad de los maridos que tenemos  y lo agraciadas que somos  de poder pasear sin ellos y  con su  beneplácito. Detrás de este comentario viene otro: ¡cómo fuera  posible estar casadas con hombres que objetaran estas necesarias salidas! como le ocurre a otras amigas nuestras.

Cuando las  mujeres estamos con nuestras amigas nos despojamos de todos los roles que nos condicionan. Volvemos a un  estado  natural  después de todos los años y situaciones que les han dado a nuestra vida múltiples manos de pintura. Con la sabiduría que tenemos, propia de la edad que nos engalana, hacemos una vivencia retrospectiva  de nuestra adolescencia, nos regocijamos,  pero sin las ansiedades correspondientes  al  “me quiere, no me quiere”, “me queda bien,  no me queda bien” o  “mis padres me tienen harta”.

Aunque las conversaciones de estas edades giran en torno a vitaminas, hobbies, nietos en algunos casos, y a un poco de colesterol,  el sentir general es una aceptación de la vida y de la gente y sobre todo de una misma. Es verdad que algunas conversaciones son  en torno al pasado, pero no con la nostalgia del que desea regresar,  sino con la intención de subrayar los episodios que le han dado consistencia a  nuestra existencia y de los cuales no nos arrepentimos.

 Las mujeres amigas hablamos mientras leemos una revista, hablamos mientras bordamos, hablamos mientras nos sacamos las cejas, hablamos mientras cocinamos o arreglamos la mesa, hablamos mientras nos ponemos una crema en las manos, hablamos mientras hablamos por el teléfono celular.

Con nuestras amigas de frente, las mujeres nos  miramos como en un espejo. De ellas  aprendemos continuamente a ver lo que nosotras mismas reflejamos y a veces no nos damos cuenta o no tenemos la valentía de enfrentar. Las mujeres entramos en una sintonía donde nunca  falta la risa, ni tampoco las lágrimas. Nos  reímos de nosotras mismas y también de las otras. Lloramos por nuestras penas  y también por las de las otras.


Las mujeres amigas nos arreglamos  fácilmente para detenernos continuamente por el camino. Con complicidad hacemos consenso con rapidez  a la hora de comer, de comprar, de ver una película. De vez en cuando suenan los celulares o se hacen llamadas a  las parejas  para reportar el estado del tiempo que es preocupación típica del género masculino. Durante el trayecto de vuelta siempre se le compran algunos antojos a los esposos, en parte porque han sido extrañados y quizá también porque en el fondo  agradecemos la oportunidad que el lastre de la tradición le niega a tantas otras mujeres.   

sábado, 7 de septiembre de 2013

Sensaciones, impresiones, evocaciones

A través de los sentidos viajan sensaciones que se acuñan  como impresiones en nuestro ser. Por suerte estamos en continua renovación  y  a través de los mismos sentidos y del intelecto, esas impresiones se transforman, de manera voluntaria o involuntaria.

Las impresiones provienen de eventos, circunstancias, experiencias agradables o desagradables que a su vez están vinculadas al sentido o a la combinación de sentidos a través de los cuales entraron a nuestra conciencia. Así, el olor y  la frescura de una madrugada de diciembre me evocan las mañanitas de mi pueblo y el encuentro jubiloso con gente querida. A su vez esta impresión me trae el aroma del té de jengibre que a su vez refuerza la otra impresión. Desde aquí se dispara el “ábreme la puerta que estoy en la calle…” y  los brazos abiertos con  sonrisa ancha de los anfitriones.

El perfume de las azucenas por su parte me produce una sutil alegría espiritual, propia de aquellos meses de mayo y  “ con flores a María que madre nuestra es”. Posteriormente mi mamá me contó que este aroma le traía recuerdos del funeral de su papá trágicamente muerto. Otros eventos en el caso de mi madre y las azucenas, se superpusieron sobre ése y le trocaron la nostalgia en  alegría,  ya que esas flores adornaban las celebraciones de primeras comuniones de sus hijos y nietos. Por  efecto de la empatía, cuando pongo azucenas en mi casa no solo recuerdo el mes de mayo, sino también a mi mamá y su sentimiento de serena nostalgia y al abuelo que no conocí.

Los mismos eventos, las mismas circunstancias u objetos pueden  provocar  sensaciones diversas en diferentes actores según su experiencia previa y las asociaciones que se susciten. Es difícil que un extranjero disfrute un mangú  de la misma manera que lo hacemos la mayoría de los dominicanos de cierta edad. Los plátanos que hierven en un fogón y el olor que se desprende de la leña o el carbón; los efluvios de las cebollas y el chasquido de los huevos al freírse en aceite bien caliente  nos rememora una cena  familiar salpicada de cuentos, risas,  sabores y amores.

No creo que el mangú por sí mismo le diga lo mismo a un turista, mucho menos si es servido en uno de esos bandejones  sin gracia de los resorts. Estoy segura que a ellos no les evoca nada, solo es un  puré cualquiera. Y es que el mangú  es un sabor cultural, sabe rico porque está asociado con rituales entrañables, donde participaron hermanos, tíos, abuelos, padres y otros seres muy queridos que nos rodearon de cariño y atenciones personalizadas.


Recuerdo de pequeña estar de visita en un campo aledaño a mi pueblo cuando por primera vez me percaté de verdad de que la miel de abejas era producida  por esos insectos  que veía juguetear con las flores. Allí me brindaron un panal de abejas con la miel chorreando (todavía se me hace la boca agua). Poder degustar un dulce natural que no hubiera sido cocinado era como un milagro. Mastiqué el panal hasta que se hizo como un chiclet. Este alimento lo asocio con aventura, sorpresa y con la generosidad de la naturaleza.

La música por ejemplo es una gran evocadora de sentimientos y una gran gatilladora de nuevas asociaciones e impresiones. Por ejemplo volver a escuchar “Imagine” de Lennon, me devuelve a tiempos de ideales compartidos. Si estuvieras  oyendo  una  hermosa canción en el momento que te vienen a buscar para darte una muy mala noticia, esa canción se trocará en ave de mal agüero y comenzará a ser asociada con tragedia. Por el contrario, cualquier vulgar  reguetón  podría sonar exquisito si es escuchado en el contexto de  una experiencia inspiradora
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En nuestro proceso de aprendizaje que dura toda la vida, incorporamos nuevos elementos a nuestra conciencia y reeditamos las impresiones: las corregimos, las enriquecemos, las transformamos… El aprendizaje significativo es una experiencia compleja que además de cognoscitiva  también es afectiva, sensorial y espiritual. Cada momento que vivimos recrea en  alguna medida una experiencia anterior que a veces es positiva y agradable y otras veces no. Interesante sería observar y examinar  la experiencia  previa, aquella que pudiera estar impidiendo que la experiencia actual sea fuente de gozo o de sentido, ventilarla  y sacarla a la luz, de forma tal que pueda dar paso a la nueva experiencia con su consecuente nueva impresión.