La autopista Duarte es
como un malecón terrestre. Divide la isla para descubrirla en toda su belleza y
diversidad natural y cultural. Después del peaje y aproximadamente en el km. 28
la ciudad queda atrás con sus apuros y afanes. Así, se inicia la aventura
con unas sabrosas semillas de cajuil, que te acompañarán en el trayecto por
este vívido espectáculo hasta un poco antes de la entrada de Santiago.
Más adelante las
colinas y montañas de tierra roja cubiertas de todo tipo de verdes texturas,
entre ellas el pasto de la res cebú que abunda por esa región. En algunas
épocas del año se vislumbran a mano izquierda unas manchas anaranjadas, son amapolas,
las que fueron sembradas quizá hace décadas
para hacerle sombra al café, aquél que solo crecía debajo de esas gigantes y
alargadas plantas que dejan pasar el justo sol para ese café primigenio.
Sigues avanzando y
encuentras a tu derecha la loma Arroyo Novillero que a pesar del ciclón George
luce de nuevo su nutrido bosque poblado de maras, pinos y acacias y los
almendros de su falda. Inmediatamente los naranjos que sustituyeron a los
cañaverales. En algunos periodos se puede sentir intensamente el olor de sus
azahares, en otras disfrutar de la visión de la abundancia de la madre tierra
al contemplar sus frutos.
Por esa misma zona
plantaron unos bambúes donde se tiene la fantasía de avistar un oso panda. Un
poco antes de La Cumbre pudiera ser que te
abra el apetito un penetrante olor a orégano, si está en cosecha. Ya con las
ruedas en La Cumbre podrías degustar galletas, queso de hoja y ricos
dulces leche y de frutas… pero mejor a la vuelta que te queda a la derecha y
así regresas a casa con las manos llenas.
Pasada La Cumbre viene
un hermoso pasaje de bosque húmedo. Algunos pinares y yagrumos adornan las montañas. A la orilla de
la carretera flores y plantas típicas del
microclima: los helechos gigantes tipo sombrilla depredados para
utilizar sus troncos como lecho de orquídeas, las flores de cera, platanitos y
gíngeres rojos y rosados.
Luego se comienzan a
ver unas esteras de colores brillantes y variados usos colgadas ambos lados del
camino. Ya casi a la entrada de Cotuí se
pueden contemplar unas hermosas colinas de un
verde muy claro, insinuante de serenidad y descanso.
Llegas a la llanura de
Bonao y de seguro estará nublado o lloviendo, aunque no dejan de faltar de vez
en cuando los rayos del sol que harán brillar lo brotes tiernos de arroz,
que como hierba jugosa abren el apetito de cualquier ser humano que
no dudaría en convertirse en ternero o en conejo. Un poco más adelante las
hortensias o la ilusión de ver campos azules y rosas repletos de bonches redondos llenos de mariposas y abejas, como
fue quizá en algún tiempo.
Por ese mismo tramo están
los paradores que reparan el cuerpo. No puedo dejar de mencionar el asopao de
cangrejo de uno de ellos y los dulcitos de coco con caramelo rojo, a los cuales
un amigo les llama bomberitos. Las truchas engarzadas de la presa Rincón están a la vera del camino, con los vendedores
rociándoles agua para que luzcan acabaditas de pescar.
Continuamos la
excursión y contemplamos uno de los bosques más exuberantes, repleto de maras,
pinos y yagrumos y en medio una casita azul. ¡Ay, quien viviera en esa casita!
Si para este momento usted tuviera sed entonces podrá detenerse a
tomar coco de agua o a comprar mangos, zapotes, tayotas, naranjas agrias,
guineos….
Luego, una de las paradas obligadas: los chicharrones de la
entrada de San Francisco de Macorís; son especiales, no engordan, no rompen
dientes, ni le caen pesados al estómago, sino me creen pregúntenselo a mi
abuela. Por esa misma zona las bateas y
cucharones hechos de madera fresca y blanca y que de algún tiempo a esta parte
los pintan con motivos campestres.
Ya estamos casi en el
Valle de la Vega Real, inmenso, fértil, salpicado de vacas y toros y por supuesto de garzas que adornan al
atardecer un árbol de javilla. Unos kilómetros de avanzada y contemplamos unos
platanales seguidos de los cigarrones de la granja agrícola de los salesianos
y su típico campo de fútbol.
El trayecto de La Vega
a Santiago está salpimentado por un ejército de palmeras y canas, puestos de
frutas, muebles, artesanía de barro, pajaritos amarillos, periquitos de
colores, cotorras, gansos, pajuiles, patos, guineas. Después del cruce de Moca
llaman la atención las suaves colinas que invitan a caminarlas hasta llegar al “pueblo
mío que estás en la colina, tendido….”.
Y, se inicia la
entrada a Santiago, repleta de ambiciosas construcciones, motores, paradores
que anuncian nuevos afanes, esos que habíamos dejado atrás, antes del kilómetro
28.