La primavera es un renacimiento de la naturaleza que se caracteriza por la explosión de colores;
pero también es música de aves que llegan a nuestros árboles, ventanas y
balcones. En los países de inviernos marcados, las aves anuncian la entrada de
la primavera y no se cansan de reiterar con su canto la alegría que representa
el estar más cerca del sol.
Así como la primavera despierta las pasiones que estuvieron dormidas durante
el invierno, las aves las celebran canturreando
su vitalidad. Cada ave se nos
mete en el alma y ya sea por su forma de ser, de volar o de cantar nos convoca a esa constante mirada que nos
interpela y nos invita a encontrar en cada ser vivo una resonancia de nuestro
ser más íntimo.
En el trópico las aves cantan todo el tiempo. En este instante, escucho a lo lejos el canto de un “Ruiseñor”, me asomo y lo
veo en la última rama de un árbol de caoba. Para cantar se posiciona, abre la
cola y ensancha el pecho. Canta como un solista, sus canciones son variadas
puesto que es capaz de imitar a otras aves sobre todo en la primavera donde hay
muchas cantando. El ruiseñor tiene un canto especial y hermoso, canta solo y se
mueve solo pero escucha y aprende del canto de las otras aves.
De vez en cuando se oye un sonido grave pero melodioso, sé
que es el “Pájaro bobo”; va de rama en rama con su cola larga que le pesa y que
no abre si va a volar bajito. Se mueve relativamente lenta y porque es un ave curiosa y se queda quieta observando algunos pensaron que era boba.
Una música de percusión, ta, ta, ta, anuncia la presencia de
un “Pájaro carpintero”. Con su cabeza roja y su cuerpo de rayas amarillas solo
está abriendo un hueco en un árbol donde ya hay insectos que han llegado antes.
Las “Ciguitas” de plumas amarillas y negras revolotean sin
cesar por todas las ramas sobre todo las bajitas. Son la alegría de los
jardines y patios, le gustan las flores y su trinar es suave y constante. A
veces vuelan en parejas. Son como el niño que todo llevamos dentro.
El “Julián chiví” tiene un canto refinado y perseverante
pero no se deja ver, es tímido y tiene miedo de la gente y los demás pájaros;
vive escondido detrás de las hojas. "A lo lejos alguien canta…", nunca he visto
ninguno pero dicen que es muy bello con su traje de un suave verde olivo.
Al atardecer he visto
“Zumbadores” libando néctar de flores; vuelan tan
presurosos que parece que fuera su último vuelo. Una que otra vez he visto en
el Jardín Botánico el “Barrancolí”; el
color de sus plumas se confunde con las flores y las hojas de las ramas donde
se posa.
Está atardeciendo, por ahí va una bandada de “pericos”, ¿se
dirigen a un mitin político? El “Querebebe” hace poco llegó de otras tierras y
se escucha insistente y algo molestoso. También he visto “cuervos” discutiendo
por comida, su cantar es áspero y fuerte, son chismosos y peleones. El
“Guaraguao” vuela bonito porque despliega sus alas de tonos cremas y marrones
pero cuiden sus pollos.
Mientras escribo escucho el llamado de la “Cigua
palmera” que junto a otras se mueven de
un lado a otro, desde una penda para comer hasta una palmera para descansar.
Estas aves nos recuerdan que somos seres comunitarios: comemos juntos, nos
ayudamos a cuidar las crías, vivimos en condominios, peleamos, somos bullosos y no nos escuchamos. Esta es el ave nacional.
En estas y otras muchas aves estamos reflejados con rasgos característicos en cada uno o también en la diversidad y facetas de
nuestra personalidad. Como ellas en su diversidad, así somos,
vitales como el ímpetu de la primavera que expresa y deja salir fuera los instintos, brotes, cantos,
espinas , colores…
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