lunes, 15 de diciembre de 2014

Cuentos cortitos


Cazador cazado

Cuando sintió el arma tan cerca de ella, largó un chisguete de vómito  que bañó la lustrosa pistola,  incluida la mano del delincuente. Le sorprendió el desvanecimiento súbito de su atacante, ya que segundos antes lucía con beligerancia el arma de fuego con la cual le había apuntado al vientre. Hizo conciencia entonces de la violación de que fue víctima y las  náuseas que en adelante le causaban los hombres portadores de armas de fuego. Nunca imaginó que un asqueroso vómito sería la más contundente bala para  paralizar a un quisquilloso macho.

El Misterio de la Sinfonía

Se embriagó una y otra vez degustando esa grandiosa sinfonía: la entrada de los chelos, el canturreo del fagot, el estruendo de los trombones y la melodía del  tercer movimiento que le llenaba de nostalgia y hacía mimos a su corazón. Disfrutó anticipando el canto de hermandad y alegría. Durante nueve días, una y otra vez la escuchó sin parar en los trayectos de su vehículo.  Mientras, las restantes ocho sinfonías reposaban silenciosas en la cajita. Al fin se dispuso a sacar del aparato la novena para escuchar la quinta. En efecto tomó la novena y la colocó junto a sus compañeras. Asió cuidadosamente la quinta y la introdujo en la disquetera, pero fue rechazada como si fuera un cd pirateado. Repitió la acción nueve veces sin éxito. Se aseguró de haber  colocado el disco adecuadamente. Chequeó si había oprimido correctamente el botón. Todo estaba en orden, mas, ¿por qué no podía poner a sonar la quinta según su decisión? Se hastió y con impotencia encendió la radio FM. Nunca pudo explicarse lo que sucedió, ya que al día siguiente todo funcionó normalmente. Especuló sin embargo: ¿se resistía el cd player a un cambio brusco de sinfonía? O, ¿estuvo  resentida la quinta al  escuchar durante nueve días consecutivos y en todos los caminos que hizo el vehículo, la inmortal e imperecedera novena sinfonía de Beethoven?

Chivo expiatorio

Por las mustias florecillas  blancas que reposaban  en el capote del carro de su esposo, se dio  cuenta que había visitado de nuevo a esa mujer canosa. A seguidas subió al vehículo y lo condujo hasta una estación de combustible. Compró gasoil y se dirigió a la casa de esa mujer. Desde lejos divisó el roble  repleto de volátiles flores. Detuvo su carro junto a la calzada y enchumbó con gas el tronco y las raíces del inocente 
árbol.
Falso te amo

No declarar amor con palabras fue  la única regla del juego amoroso que llevaban años en ejecución. Temían quedar presos en  la consciencia del amor. Por eso cuando ella no lo amaba más y decidió alejarlo para siempre, le dijo al oído quedamente “te amo”. Eso fue suficiente para espantarlo para siempre, como la cruz al diablo.

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