Pruebas recientes de ADN realizadas a los cuerpos de los
llamados Reyes Magos, quienes reposan desde hace varios siglos en la catedral
de Colonia en Alemania, han revelado datos sorprendentes. Contrario a lo que se
ha creído hasta el momento, no todos procedían desde el oriente. Solo uno de ellos provenía de esa región, concretamente de la India. Otro de los supuestos reyes pertenecía
a la tribu de los masai que poblaban el sureste de Africa.
El hallazgo que ha conmovido profundamente
a la gente de ciencia revela que una de las osamentas es de mujer y que de acuerdo a la documentación
encontrada junto a ésta, proviene de las frías islas del norte de Europa. Pero
lo más sorprendente es que en el mismo lugar se ha encontrado un cuarto nicho con restos de un humano proveniente de Sur América,
a decir por los signos de su escritura. Es un hombre de huesos anchos y de
baja estatura. Su ADN corresponde en un 96% con los descendientes de los Incas
en la tierra de lo que hoy es Perú.
De acuerdo a los pergaminos encontrados junto a cada una de
las osamentas, la mujer celta partió del norte de la región que hoy se nombra
como Irlanda. Aunque el pergamino no lo precisa se cree que dejó su tribu
después de un ritual realizado en el otoño donde celebraban la cosecha y la
noche de la liberación de los espíritus. Desembarcó en la tierra de los galos.
Allí, en la parcela donde siglos más
tarde se construyó la catedral de Chartres, contactó la divinidad en compañía
de un druída, de quien recibió orientación de continuar su camino hacia el sur.
Tomó un navío en el puerto de los
venecianos que la condujo a la tierra
ocupada por los descendientes de Abraham.
Por su parte el masai, fuerte y de muy alta estatura salió de su tierra del
sur con varias ovejas y portando un instrumento largo de madera para arriarlas.
Recibió noticias del acontecimiento de Belén una tarde que daba cacería a un
león de la sabana africana que amenazaba su rebaño. Ya atardecía y la noche lo
sorprendió en la llanura, de repente el león se detuvo y comenzó a rugir con su
melena en alto mientras señalaba la Osa Mayor, tanto insistió el león que el
masai levantó su cabeza y divisó el grupo de siete luminosas estrellas que se
despeglaban en el norte de este a oeste. Sintió en su corazón el llamado a
dejar su lanza y ponerse en marcha junto a sus ovejas. El león fue delante de
él sin molestar las ovejas hasta sacarlo de los predios de las hienas. Meses después, ya cerca de las pirámides, un egipcio
de buen corazón le canjeó un camello por las ovejas. Fue así como prosiguió su
camino.
El único mago de verdad fue el originario del territorio de
los indis. Era un sabio estudioso de los astros. Desde hacía años estaba siguiendo el
rastro de un cometa de cola larga ubicado entre
la constelación de Sagitario y la de Capricornio. Cada año el cometa liberaba
múltiples luces que cruzaban el cielo en todas las direcciones, pero teniendo
como radiante el centro de esos grupos de estrellas. Se puso en marcha hacia
occidente porque una de esas noches la cola del planeta concentró toda la
luminosidad posible y se inclinó a occidente encendiendo de forma intermitente sus luces con
un ritmo inusual. Dejó su tierra y su casa y montado en un elefante cargó con
sus pergaminos llenos de anotaciones y coordenadas.
Mientras que en una montaña muy lejana de allende los mares,
un sacerdote inca contemplaba noche tras noche el movimiento de las astros.
Había estudiado detalladamente una agrupación de estrellas y nebulosas que
atravesaba todo el cielo como si fueran una leche derramada en una alfombra
negra. Había observado puntos oscuros y luminosos que se alternaban por épocas
y que tenían relación con fenómenos en las corrientes del mar. Desde hacía
semanas sentía una gran inquietud de dejar su montaña sagrada para emprender
una búsqueda que le diera explicación a una imperceptible transformación (para ojos legos) en la galaxia que le hacía perder horas de sueño. Atravesó las altas cumbres
y llegó hasta el mar, tal y como habían hecho sus antepasados sacerdotes que en
noches de aguas tranquilas miraban las estrellas reflejadas. No
observó nada inusual en el mar pero algo lo invitaba a tomar un embarcación y navegar por las aguas azules.
En la soledad de sus noches marinas, observaba la inmensa galaxia
con puntos negros, dentro de uno de los cuales se dibujaban dos luceros grandes
que nunca había visto en sus años de vida y estudio. Fue así como después
de varios meses las corrientes lo llevaron de isla en isla hasta la hoy isla de
Java. Luego fue a parar a las costas de la India, y de allí a Pakistán. Después de varios días, caminando por desiertos de
arena y rocas de color ocre, avistó a lo lejos un animal grande con un ser humano
en el lomo. En el lenguaje misterioso de
aquéllos que han desarrollado su parte divina compartieron sus saberes sobre
el fenómeno que estaba por ocurrir. Abordaron juntos el elefante dialogando sobre las diversas maravillas del
cosmos y esperando la nueva aparición del cometa como cada año.Pasaron meses y llegaron a orillas del río Jordán.
Mientras, la mujer celta que por varias semanas había surcado el Mediterráneo en un barco mercante que había partido de Venecia, desembarcó en las costas de la tierra de Palestina. Por su parte así lo hizo el hombre masai que venía en su camello desde Egipto. Se encontraron ambos en la franja de Gaza. Allí sus ojos, mentes y corazones se atrajeron porque buscaban lo mismo. Se subieron al camello y siguieron hacia el norte guiados por la estrella polar situada muy cerca de la Osa Mayor. La mujer que había sido guiada por su intuición, que no era más que la divinidad dentro de ella, se colocó en la parte delantera del camello. Muchas grutas y cuevas fueron encontrando en el camino, las hay a montones en esas tierras de medio oriente.
Mientras, la mujer celta que por varias semanas había surcado el Mediterráneo en un barco mercante que había partido de Venecia, desembarcó en las costas de la tierra de Palestina. Por su parte así lo hizo el hombre masai que venía en su camello desde Egipto. Se encontraron ambos en la franja de Gaza. Allí sus ojos, mentes y corazones se atrajeron porque buscaban lo mismo. Se subieron al camello y siguieron hacia el norte guiados por la estrella polar situada muy cerca de la Osa Mayor. La mujer que había sido guiada por su intuición, que no era más que la divinidad dentro de ella, se colocó en la parte delantera del camello. Muchas grutas y cuevas fueron encontrando en el camino, las hay a montones en esas tierras de medio oriente.
Así pasaron días de trayecto hasta que una noche decidieron observar
detenidamente el cometa de cola larga y brillante que habían avistado las
noches anteriores. Se desmontaron del camello para poder explorar el terreno
con más dedicación. En ésas estaban cuando vieron acercarse un elefante. La mujer celta se asustó, ya que
nunca había visto algo semejante. El masai la calmó y se quedaron tras una roca
observando los nuevos tunantes. Los vieron estudiando el cielo, así que
sospecharon que al igual que ellos buscaban algo en los alrededores.
Los cuatro aventureros unieron sus esfuerzos, sus saberes y
corazonadas e iniciaron su búsqueda en ese territorio seco y pedregoso. La noche
era hermosa, la luna estaba apenas comenzando a crecer, había una estrella blanca
gigante que se observaba hacia occidente, y el cometa estaba cada vez más cerca de ellos. Su cola derramaba sobre una especial gruta, una miríada de meteoritos que se fugaban hacia
arriba y abajo. La cueva estaba rodeada de ovejas y con ellas los pastores que
cuidaban la entrada. Los cuatro se acercaron respetuosamente, pidieron permiso para
entrar, se presentaron con las manos vacías y los brazos abiertos al misterio. No tenían ninguna
explicación, solo se miraron, arquearon sus cejas, e inclinaron sus cabezas.
Fue éste el primer encuentro entre personas de latitudes, continentes y culturas diversas. Luego las
cosas se complicaron, fueron apresados y silenciados por Herodes, pero sus pergaminos y anotaciones quedaron
entre sus mantas. Se cuenta que los llevaron a Jerusalén y luego a Roma, de allí
se escaparon. Nunca se ha sabido cómo llegaron al territorio de los germanos.
¡Inocente Mariposa!