martes, 7 de enero de 2014

Mi personal crónica política




Crecí en Moca, un hermoso pueblo de tierra adentro de la Rep.Dominicana. De pequeña, como ocurrió a muchas niñas, mis padres evitaron mi participación en un desfile en honor al jefe con el pretexto de una gripe mala. Trujillo estaba por todas partes, en mis cuadernos, en las oficinas públicas, en las salas de  algunas casas, en el centro de los parques. Era omnipresente, tanto así que cuando escuché decir a la niñera que lo habían matado me puse a llorar desconsolada como si hubiera sido un pariente cercano. 
En mi pueblo, por ser mi pueblo, hubo muchas familias lesionadas y enlutadas por el ajusticiamiento del dictador. Un par de mis mejores amiguitas se ausentaron del colegio, pesaba un aura de misterio, miradas disimuladas y un continuo aclararse la garganta  en la presencia de un extraño cuando se estaba conversando algo relativo al tema. No tenía explicación de nada, solo sentía. En ese tiempo los niños no se mezclaban en las cosas de los adultos. 
Llegó Balaguer a quien le decíamos muñequito de papel, por ahí mismo vino Echavarría y la petición del pueblo de ¡fuera!  y más adelante el ¡basta ya! de Viriato Fiallo, que era el candidato de mi abuela y por supuesto el mío. Se escuchaban críticas de Bosch porque supuestamente tenía relaciones con Fidel Castro y algunos le tenían miedo al comunismo. La presidencia de Juan Bosch fue corta, algunos simpatizaban con su forma de hablarle al pueblo y con su estilo abierto y democrático de dirigir, pero los militares, un sector de la iglesia católica y los ricos de entonces lo recelaban. 
Vino el golpe de estado a don Juan, el triunvirato y luego la guerra del 1965,  la ciudad capital estaba revuelta. Las casas de mi pueblo acogieron a parientes y amigos de Santo Domingo. En las noches de apagones las mecedoras llenaban las calles, se miraban las estrellas, se contaban cuentos y hasta se cantaba. Por esos tiempos escuché conversaciones en algunos círculos, decían que el comunismo estaba al doblar de la esquina. En mi mente ingenua pueblerina me lo imaginaba como un monstruo que venía galopante, y que  podía quitarnos nuestras pertenencias y dividir nuestra familia. 
       
Por ciertas artimañas y circunstancias Joaquín Balaguer asumió la presidencia en 1966, en mi familia se percibió  como una continuidad del régimen trujillista, así que mis padres nunca simpatizaron con él. Comenzaron las represiones a los jóvenes y movimientos contrarios al régimen. En mi pueblo había jóvenes que se decían comunistas, algunos de ellos me simpatizaban. Oía sus discursos sobre la desigualdad, las clases sociales y las injusticias. Me sentía interpelada en mis comodidades. Deseaba a veces la llegada abrupta de ese régimen que pudiera emparejar la gente y ponernos a todos al mismo  nivel.

Llegó el 1974, estaba dotada por primera vez del documento necesario para votar, ¡qué emoción!, mis primeras elecciones. Se retiró el  Acuerdo de Santiago, contrincante de Balaguer  y quedó como candidato único real, Balaguer, así que mi papá nos llamó a la abstención y por suerte estuve de acuerdo.
Al pasar de los doce años surgieron partidos políticos que podían traer cambios sustanciales a través del voto popular. Un consolidado PRD y un naciente PLD devolvieron la esperanza de cambio. No queríamos a Balaguer  que había causado estragos en la juventud e intelectuales que tenían  inquietudes de verdaderos cambios. A  partir del 1978 se inició una ruta democrática con ideas progresistas desde el punto de vista social. Poco a poco la ambición desmedida de poder y dinero se fue tragando las ilusiones.
Volvimos a las urnas en el 82 y el deterioro del PRD continuó.  Luego vino  el funesto 86 para traer de nuevo a un Balaguer dizque recauchado. El año 90 significó para mí un repunte de las ilusiones, hice campaña a favor de Bosch por calles y carreteras, una vez por ejemplo, le quité a mi hija de dos años su faldita morada para sacarla por la ventana en el trayecto de la carretera del Cibao. Presencié deprimida su derrota por fraude  y en el 94 el gran engaño a Peña.  
En el 1996 con una estratagema prodigiosa salió casi de la nada un adulto joven  y me dije,  vamos a ver  cómo nos va con este señor tan serio, tan inteligente, que viene desde abajo muy superado, que lo único malo que tiene es haber pactado con Balaguer. Nuevamente desilusionada. Me exhorté en el 2000, a confiar en este hombre de campo, sincero y transparente, que además no necesitaba hacerse rico porque ya lo era. La historia es conocida por todos. 
Para esta fecha ya muchos hemos perdido las esperanzas de justicia, de equidad mínima, de honestidad. En todos estos años hemos visto a algunos de nuestros amigos claudicar y sumarse a proyectos convenientes. Otros se han quedado orillados. Algunos trabajan como hormigas en su diario quehacer, pero no les sirve de nada. Comienzan a nacer nuevos proyectos políticos, sospechosos algunos. Los partidos políticos están desprestigiados, pero no es fácil promover candidaturas  fuera de ese marco. Las cámaras sirven a intereses conocidos y no al desarrollo de los valores democráticos, el sistema judicial también está expropiado por  causas particulares. El nuevo gobierno se esfuerza pero ha hecho pactos que lo frenan.
Han pasado más de 50 años de la caída de Trujillo y todavía nuestra democracia se tambalea. Pero  lo más triste es que quienes no la dejan reafirmarse son de los mejores discípulos de aquel hombre que hace ya 50 años apostó sin ambages a la construcción de una verdadera democracia.     


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