Crecí en Moca, un hermoso pueblo de
tierra adentro de la Rep.Dominicana. De pequeña, como ocurrió a muchas niñas,
mis padres evitaron mi participación en un desfile en honor al jefe con el pretexto de una
gripe mala. Trujillo estaba por todas partes, en mis cuadernos, en las oficinas
públicas, en las salas de algunas casas,
en el centro de los parques. Era omnipresente, tanto así que cuando escuché
decir a la niñera que lo habían matado me puse a llorar desconsolada como si
hubiera sido un pariente cercano.
En mi pueblo, por ser mi pueblo, hubo
muchas familias lesionadas y enlutadas por el ajusticiamiento del dictador. Un
par de mis mejores amiguitas se ausentaron del colegio, pesaba un aura de
misterio, miradas disimuladas y un continuo aclararse la garganta en la
presencia de un extraño cuando se estaba conversando algo relativo al tema. No
tenía explicación de nada, solo sentía. En ese tiempo los niños no se mezclaban
en las cosas de los adultos.
Llegó Balaguer a quien le decíamos muñequito
de papel, por ahí mismo vino Echavarría y la petición del pueblo de ¡fuera! y más adelante el ¡basta ya! de Viriato
Fiallo, que era el candidato de mi abuela y por supuesto el mío. Se escuchaban críticas
de Bosch porque supuestamente tenía relaciones con Fidel Castro y algunos le
tenían miedo al comunismo. La presidencia de Juan Bosch fue corta, algunos
simpatizaban con su forma de hablarle al pueblo y con su estilo abierto y
democrático de dirigir, pero los militares, un sector de la iglesia católica y
los ricos de entonces lo recelaban.
Vino el golpe de estado a don Juan,
el triunvirato y luego la guerra del 1965,
la ciudad capital estaba revuelta. Las casas de mi pueblo acogieron a
parientes y amigos de Santo Domingo. En las noches de apagones las mecedoras
llenaban las calles, se miraban las estrellas, se contaban cuentos y hasta se
cantaba. Por esos tiempos escuché conversaciones en algunos círculos, decían
que el comunismo estaba al doblar de la esquina. En mi mente ingenua pueblerina
me lo imaginaba como un monstruo que venía galopante, y que podía quitarnos nuestras pertenencias y
dividir nuestra familia.
Por ciertas artimañas y
circunstancias Joaquín Balaguer asumió la presidencia en 1966, en mi familia se
percibió como una continuidad del régimen trujillista, así que mis padres
nunca simpatizaron con él. Comenzaron las represiones a los jóvenes y movimientos contrarios al régimen. En mi pueblo había jóvenes que se decían
comunistas, algunos de ellos me simpatizaban. Oía sus discursos sobre la
desigualdad, las clases sociales y las injusticias. Me sentía interpelada en
mis comodidades. Deseaba a veces la llegada abrupta de ese régimen que pudiera
emparejar la gente y ponernos a todos al mismo nivel.
Llegó el 1974, estaba dotada por
primera vez del documento necesario para votar, ¡qué emoción!, mis primeras
elecciones. Se retiró el Acuerdo de
Santiago, contrincante de Balaguer y
quedó como candidato único real, Balaguer, así que mi papá nos llamó a la abstención
y por suerte estuve de acuerdo.
Al pasar de los doce años surgieron
partidos políticos que podían traer cambios sustanciales a través del voto
popular. Un consolidado PRD y un naciente PLD devolvieron la esperanza de
cambio. No queríamos a Balaguer que había causado estragos en la juventud
e intelectuales que tenían inquietudes
de verdaderos cambios. A partir del 1978 se inició una ruta democrática
con ideas progresistas desde el punto de vista social. Poco a poco la ambición
desmedida de poder y dinero se fue tragando las ilusiones.
Volvimos a las urnas en el 82 y el
deterioro del PRD continuó. Luego vino el funesto 86 para traer de nuevo a un
Balaguer dizque recauchado. El año 90 significó para mí un repunte de las
ilusiones, hice campaña a favor de Bosch por calles y carreteras, una vez por ejemplo,
le quité a mi hija de dos años su faldita morada para sacarla por la ventana en
el trayecto de la carretera del Cibao. Presencié deprimida su derrota por fraude
y en el 94 el gran engaño a Peña.
En el 1996 con una estratagema
prodigiosa salió casi de la nada un adulto joven y me dije,
vamos a ver cómo nos va con este señor
tan serio, tan inteligente, que viene desde abajo muy superado, que lo único
malo que tiene es haber pactado con Balaguer. Nuevamente desilusionada. Me exhorté en el 2000, a confiar en este hombre de campo, sincero y transparente, que
además no necesitaba hacerse rico porque ya lo era. La historia es conocida por
todos.
Para esta fecha ya muchos hemos perdido
las esperanzas de justicia, de equidad mínima, de honestidad. En todos estos
años hemos visto a algunos de nuestros amigos claudicar y sumarse a proyectos
convenientes. Otros se han quedado orillados. Algunos trabajan como hormigas en
su diario quehacer, pero no les sirve de nada. Comienzan a nacer nuevos
proyectos políticos, sospechosos algunos. Los partidos políticos están
desprestigiados, pero no es fácil promover candidaturas fuera de ese marco. Las cámaras sirven a
intereses conocidos y no al desarrollo de los valores democráticos, el sistema
judicial también está expropiado por causas particulares. El nuevo gobierno se
esfuerza pero ha hecho pactos que lo frenan.
Han pasado más de 50 años de la caída
de Trujillo y todavía nuestra democracia se tambalea. Pero lo más triste es que quienes no la dejan reafirmarse
son de los mejores discípulos de aquel hombre que hace ya 50 años apostó sin
ambages a la construcción de una verdadera democracia.