La familia es un núcleo
sociocultural cuyos miembros se relacionan mediante el afecto. En la
familia se inicia el aprendizaje de
valores, tradiciones y costumbres. En la familia aprendemos a expresar los sentimientos, se potencian nuestras cualidades y también se generan muchos de los
problemas que tenemos, pero también se encuentran las claves para sus soluciones.
Recientemente leí los resultados de un estudio que muestra los beneficios para los niños y adolescentes de comer en familia, tanto para su estabilidad emocional como para sus resultados escolares.
La mesa es el punto de
reunión por excelencia de una familia. Alrededor de la mesa se congrega la familia para nutrirse, para discutir y
contrastar opiniones. Ya que la familia está envuelta en una actividad
de interés general como lo es el comer, todos están atados a ese espacio a una
hora determinada y durante un tiempo que
varía de familia en familia.
El acto de alimentarse
se convierte en un ritual que trasciende las meras funciones del aparato
digestivo. El comer juntos crea un sentido de pertenencia. Cuando se quiere
decir algo de interés para todos se aprovecha la hora de almuerzo o cena. Los
hábitos alimenticios de toda una vida se inician en la mesa. Las costumbres
acordadas en un grupo social acerca del manejo de los instrumentos para comer
se aprenden en la mesa. El amor también se expresa en la mesa, comenzando por el menú que se ofrece.
El estar congregados
alrededor de una mesa da la oportunidad a cada miembro de una familia de
expresar sus sentimientos. A la par que se saborean los
alimentos se están procesando consejos, conflictos, disgustos y también se están instalando
valores. A la mesa se traen los sinsabores del día así como también los logros
y alegrías, creando así un espacio para la solidaridad.
¡Tantas cosas han
cambiado en nuestro mundo que pretende ser desarrollado! Cada cual va comiendo
a la hora que va llegando. La televisión a veces es la compañera de muchos en
su hora de almuerzo o cena. En algunas familias la mesa para comer va quedando
para un día de domingo con visita.
La mesa para algunos
como yo, ha sido el prisma a través del cual se ha observado la dinámica familiar. La mesa es el espacio donde se han construido en gran medida los lazos afectivos. Nuestra mesa se compró sin saber si sus puestos iban a ser llenados. Como pareja llenos de ilusión, inauguramos una mesa a la que le
sobraban cuatro sillas. Poco a poco se fueron ocupando los puestos con
caritas sonrientes o a veces llorosas. Se ocupó la primera silla, quedaban tres
lugares, luego dos, se ocupó otro puesto y restaba uno, quién sabe si se llenaría ese
espacio. Hubo sensación de plenitud, llegó quien faltaba. Los seis espacios se
ocuparon y cuán bien ocupados!
El "lávate las manos" y "coge bien el tenedor", mandato diario. Todo el mundo hablaba al mismo tiempo. La
profusión de anécdotas escolares era tal que había que levantar la mano para
hablar. El disgusto de algunos frente a un molondrón era natural. Una risotada
que dejaba escapar un grano de arroz. Un vaso de agua que se derramaba. La voz que
se levantaba más de lo acostumbrado. La expectativa del postre…y tantas cosas
cocinándose además de la comida.
Años después la mesa
refleja la dinámica natural de las partidas. Los puestos se van desocupando y
la gente no se lleva su silla. Los espacios quedan vacíos, esperando cobrar
vida de cuando en cuando. Pero la mesa tiene sus huellas: de números y letras
que quedaron grabados sobre la madera al hacer las tareas, del cuchillo que la
rayó tratando de partir un queso, del anillo que la marcó al hacer un gesto con
la mano, del jugo de naranja que se derramó y la manchó. Nuestra familia se construyó
alrededor de la mesa.
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