lunes, 5 de septiembre de 2016

Educación, felicidad y éxito


Recién empezamos un año escolar con nuevos bríos y esperanzas. Se habla tanto de una nueva educación, la que tiene que incidir en un mundo mejor para todos, la  que no necesariamente tiene que ver con ocupar mejores puestos de trabajo, pero sí con la realización de cada ser humano y de todos.

Se habla de la educación para el éxito y la felicidad, sin embargo, debemos ponernos de acuerdo acerca de lo que queremos decir con estos términos. En un mundo de injusticias e inseguridades y que presenta tantas situaciones dolorosas , ¿es posible hablar de felicidad?

Sí, de la felicidad de aportar, de construir piedra a piedra las instituciones, de dar y recibir amor, de resolver las situaciones problemáticas que  va  presentando la vida. La felicidad de estar esperanzados en que la maldad no tenga la última palabra, ni tampoco la trampa y la corrupción. La felicidad de establecer planes y proyectos y poder lograrlos junto a otros. La felicidad de tener compañía en los momentos alegres y también en los dolorosos.
 ¿Y el éxito,  qué significa? ¿Ganar mucho dinero? ¿Ocupar los primeros puestos en las instituciones? ¿Tener hijos inteligentes con excelentes calificaciones? ¿Tener muchos amigos presenciales y virtuales? ¿Recibir  aplausos y felicitaciones por cada pequeño logro? Hay éxitos artificiales que dejan un vacío en el alma después que se van todos. Entonces…¿tiene que ver el éxito con la sociedad y su reconocimiento?  Eso trae una felicidad tan pasajera que se deshace con el maquillaje que se lleva puesto.

No puede ser. Éxito es una medida propia que tiene que ver con lo que se hace con los talentos, la incidencia constructiva en el  entorno desde las capacidades y acciones. No importa si la incidencia es grande o chica, si se realiza desde un puesto señero o en el anonimato. Es hacer “el chin que nos toca hacer” decía aquel hombre sabio.

Creo que todos queremos dejar una herencia relacionada con nuestra forma de vivir  en este mundo, eso se llama sentido de trascendencia. Pero también es sentido de trascendencia saber que no todo comienza y acaba en mi persona, que somos parte de un todo y que tenemos un rol único qué jugar en este mundo a ratos incierto y confuso.

En fin, si la educación no ayuda a formar  personas libres de prejuicios, personas de amplitud de miras, con espíritu crítico para cuestionar  y seguir buscando, personas creativas para no repetir errores incesantemente, personas sensibles y  éticas para ver el dolor ajeno y contribuir a crear un nuevo código de respuestas al mismo, no vale la inversión, los afanes, las luchas sociales, los desgastes.
    

La educación, la buena, tiene que honrar los valores democráticos que tanto nos ufanamos en nombrar. Las abismales diferencias socioeconómicas y de oportunidades no es señal de la educación que hablamos. La educación, la que soñamos debe empezar por redefinir  el éxito y la felicidad propia para que además incluya el promover  el éxito y la felicidad  de todas las personas que comparten nuestro entorno.   

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