Recién empezamos un año
escolar con nuevos bríos y esperanzas. Se habla tanto de una nueva educación,
la que tiene que incidir en un mundo mejor para todos, la que no
necesariamente tiene que ver con ocupar mejores puestos de trabajo, pero sí con
la realización de cada ser humano y de todos.
Se
habla de la educación para el éxito y la felicidad, sin embargo, debemos ponernos
de acuerdo acerca de lo que queremos decir con estos términos. En un mundo de injusticias e inseguridades y que presenta tantas situaciones dolorosas , ¿es posible
hablar de felicidad?
Sí, de la felicidad de
aportar, de construir piedra a piedra las instituciones, de dar y recibir amor,
de resolver las situaciones problemáticas que va presentando la
vida. La felicidad de estar esperanzados en que la maldad no tenga la última
palabra, ni tampoco la trampa y la corrupción. La felicidad de establecer
planes y proyectos y poder lograrlos junto a otros. La felicidad de tener
compañía en los momentos alegres y también en los dolorosos.
¿Y
el éxito, qué significa? ¿Ganar mucho
dinero? ¿Ocupar los primeros puestos en las instituciones? ¿Tener hijos inteligentes
con excelentes calificaciones? ¿Tener muchos amigos presenciales y virtuales? ¿Recibir
aplausos y felicitaciones por cada pequeño logro? Hay éxitos artificiales
que dejan un vacío en el alma después que se van todos. Entonces…¿tiene que ver
el éxito con la sociedad y su reconocimiento? Eso trae una felicidad tan pasajera que se deshace
con el maquillaje que se lleva puesto.
No
puede ser. Éxito es una medida propia que tiene que ver con lo que se hace con los
talentos, la incidencia constructiva en el entorno desde las capacidades y acciones. No
importa si la incidencia es grande o chica, si se realiza desde un puesto señero o en el
anonimato. Es hacer “el chin que nos toca hacer” decía aquel hombre sabio.
Creo que todos queremos
dejar una herencia relacionada con nuestra forma de vivir en este mundo,
eso se llama sentido de trascendencia. Pero también es sentido de trascendencia
saber que no todo comienza y acaba en mi persona, que somos parte de un todo y
que tenemos un rol único qué jugar en este mundo a ratos incierto y
confuso.
En
fin, si la educación no ayuda a formar personas libres de prejuicios,
personas de amplitud de miras, con espíritu crítico para cuestionar y
seguir buscando, personas creativas para no repetir errores incesantemente,
personas sensibles y éticas para ver el dolor ajeno y contribuir a crear
un nuevo código de respuestas al mismo, no vale la inversión, los afanes, las
luchas sociales, los desgastes.
La
educación, la buena, tiene que honrar los valores democráticos que tanto nos
ufanamos en nombrar. Las abismales diferencias socioeconómicas y de oportunidades
no es señal de la educación que hablamos. La educación, la que soñamos debe
empezar por redefinir el éxito y la
felicidad propia para que además incluya el promover el éxito y la felicidad de todas las
personas que comparten nuestro entorno.
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