sábado, 31 de octubre de 2015

Un ramo de novia muy singular




Ramo recién hecho
Cuando mi hija Alicia anunció que iba a casarse, le pregunté si le haría ilusión que yo le hiciera su ramo de novia al igual que se lo hice a su hermana, me respondió emocionada que sí. Desde entonces pensé que el ramo llevaría flores de mi patio, las que hubiera ese día. Así que comencé a cuidar las plantas de manera especial, pero el calor de los meses de primavera y del verano extendido hasta octubre, no ayudó. Sembré bellacima blanca y no floreció a tiempo, me ocupé devotamente de la lipia y apenas tenía unas leves florecillas, traje semillas de “no me olvides” del botánico de Brooklyn y el calor calcinó los brotes, los azahares no estuvieron florecidos sino una semana después, las rositas blancas estaban en botones todavía verdes. En fin que el 24 de octubre en la madrugada estuve pescando flores y hojas por todos los rincones del jardín para cumplir mi promesa de que el ramo de novia de mi hija fuera con flores cultivadas en mi patio.
Flores recién cortadas

Entonces esto fue lo que pasó, les voy a revelar mi secreto. Fui pasando por todas las plantas a ver lo que ellas me inspiraban. En el ramo se subieron flores inesperadas que nunca soñaron figurar en semejante evento. Se produjo el milagro, sí, el milagro de mirar con ojos nuevos cada planta y resignificarla.
 El ramo de flores de mi hija Alicia llevó:
-Ramitas de romero, para conservar las buenas memorias,  y a su lado una florecilla amarilla oscura apodada yema de huevo, cuyos pétalos se caen fácilmente, para que eso mismo le suceda a los malos momentos.
-Orquídeas, para nunca perder la elegancia y la dignidad. También celias para no olvidar que la sencillez es virtud de los dignos.
-Albahacas en flor, su rico olor conduce a la cocina y a todo lo que allí  alimenta el amor y abre el apetito.
-Unas ramitas de olivo, por aquello de la paz que es una de las bases del amor y viceversa.
-Unas florecillas blancas de una planta traída del Japón, para simbolizar la apertura y acogida a las personas de otra cultura.
-Jazmines, porque su aroma es tan embriagador como estar enamorado.
-Flores de anís y de yerba buena para aliviar cualquier malestar de la índole que sea, total, la mayoría de ellos se reflejan en el estòmago.
-Tenía zéfiros, volátiles y ligeros, para crear una atmósfera de comunicación y relación fluída y suave.
-Dos rosas blancas, de la antigua casa de mi abuela en Moca, una por ella y otra por mi mamà, para no olvidar las raíces. Y además porque la rosa es la rosa, compleja y fragante, aunque tenga espinas, como esos momentos críticos y profundos que terminan siendo especiales y únicos.
-Botón de nàcar, que tanto gusta a los niños, para no perder el espíritu del juego y cierta inocencia para esperar siempre lo mejor de la otra persona.
-Un anturio rosado símbolo de lo duradero pero tierno a la vez.
-Unas pequeñas florecitas de lipia o velo de novia, porque su dulce aroma atrae las abejas que siempre encuentran néctar para libar.
-Como dulces sonrisas los alelíes, de fino y rico perfume, acogedores y blancos para invitar a la transparencia.
-Ramitas de bellacima, silvestres y además puestas al descuido por aquello de la espontaneidad y de cierto espíritu salvaje tan importante para expresar los sentimientos verdaderos.

Todo esto llevaba y algo màs, en cada flor cortada todos estos deseos y todo mi amor para esta bella y solidaria mujer.


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