A lo largo de los siglos los seres humanos han buscado
explicación a los fenómenos naturales que les acontecen y les han atribuido a
los dioses o a Dios la responsabilidad por su ocurrencia. A medida que la
ciencia ha dado respuestas a muchos de estos fenómenos algunos han creído que
se puede vivir sin dioses o sin Dios ya que la ciencia pudiera seguirlo
explicando todo. Mientras tanto el ser humano continúa con sed de trascendencia
y hurgando en los misterios que no puede comprender. Así en este ejercicio
incesante lanza un grito de auxilio a ese Dios que es siempre presente y
ausente a la vez.
La religión cristiana que se expandió por toda la región
mediterránea gracias al emperador
Constantino, no tuvo en sus inicios vocación de religión. En el comienzo
hubo grupos de personas que se reunían a vivir y compartir los valores
sustanciales heredados de Jesús y sus discípulos. Ellos encontraron una mejor
manera de vivir y organizarse experimentando esos principios, por sobre todos el
amor al prójimo. Los cristianos fueron contraculturales en un inicio y luego pasaron
a ser asimilados y promovidos por la cultura imperante. Cultura y contracultura
son a mi juicio los dos acicates de las religiones en general y también de las manifestaciones
ateas.
La pertenencia a un grupo religioso es algo que no se puede
discutir ni fundamentar. Las religiones nacen del corazón de las culturas para
justificarlas a veces y renovarlas otras veces. Están hechas de creencias y principios
que son aceptados sin cuestionamientos. Cada persona busca en los diferentes
grupos religiosos una expresión de su ser espiritual y respuestas a sus
inquietudes más fundamentales, respuestas comprensibles, que traigan un poco de
paz a sus días.
Sabiamente se ha dicho que en la buena mesa no se habla ni
de religión ni de política. Sin embargo son temas recurrentes que vestidos de
racionalidad intentan colarse en todas las tertulias. Al argumentar sobre las creencias
o descreencias se hace casi intentando vender la opción o convencer al otro de
la veracidad de la elección. En política eso se entiende ya que se trata de sumar
adeptos para ganar un puesto, pero en religión, ¿se trata de solidificar una posición a base
de unir a más personas? ¿se trata de sentar bases para comportamientos
uniformes que ofrezcan cierta seguridad o predictibilidad de las acciones
humanas?
La pertenencia a una religión debería ser motivo de satisfacción
en la medida que nos proporciona un medio de ser mejores personas, de sentirnos
unidos a otros en un mismo espíritu, incluso a nuestros antepasados. Es a nosotros, a cada uno, a quien nos
conviene, si es nuestro gusto, unirnos a una religión, no a Dios. No hay que
meter a Dios en nuestras pasiones o inseguridades. No es por Dios que queremos
ganar adeptos, es por nosotros mismos. Dios no nos necesita a nosotros, no le estamos haciendo un favor a
Dios, como a veces creemos.
No obstante, en este mundo en construcción y en evolución de la
conciencia, Dios padre-madre de todos y cada uno, requiere de nuestra creatividad,
buena voluntad, acciones y trabajo para completar su obra en este mundo donde
cada una de sus criaturas viva digna y felizmente. Pero para esto no hay que tener
religión, ha habido excelentes constructores sin religión y por el contrario
grandes destructores muy religiosos. Es
más, a veces la religión (cualquiera que sea) ha sido fuente de abusos, conflictos
sin resolución, de estancamiento de valores culturales que por medio de la
religión se quedan inamovibles.
Las argumentaciones de lados religiosos así como de parcelas
ateas son un sinsentido en la medida que buscan convencer y sumar seguidores.
Tan irracional es una cosa como la otra. Buscar vías para manifestar nuestras
ansias de plenitud, de eternidad, de trascendencia, para rendirnos al misterio
de la vida es lícito y saludable, eso es
algo personal y si encontramos a otros con quien compartirlo mejor aún. Pero no
olvidemos, toda religión debe estar al servicio de la causa humana, ese podría
ser un buen criterio de funcionalidad y veracidad intrínseca de la misma.
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