domingo, 5 de octubre de 2014

¿Nos necesita Dios?

La Declaración Universal de los Derechos Humanos tiene como uno de sus derechos fundamentales la libertad de creencias, culto o religión. Las creencias y prácticas religiosas las heredamos de la familia y la cultura en general. Son formas de relacionarnos con un ser superior que se hacen comunes a un grupo de personas. La manera de representar a Dios en las religiones monoteístas varía según la cultura.

A lo largo de los siglos los seres humanos han buscado explicación a los fenómenos naturales que les acontecen y les han atribuido a los dioses o a Dios la responsabilidad por su ocurrencia. A medida que la ciencia ha dado respuestas a muchos de estos fenómenos algunos han creído que se puede vivir sin dioses o sin Dios ya que la ciencia pudiera seguirlo explicando todo. Mientras tanto el ser humano continúa con sed de trascendencia y hurgando en los misterios que no puede comprender. Así en este ejercicio incesante lanza un grito de auxilio a ese Dios que es siempre presente y ausente a la vez.

La religión cristiana que se expandió por toda la región mediterránea gracias al emperador  Constantino, no tuvo en sus inicios vocación de religión. En el comienzo hubo grupos de personas que se reunían a vivir y compartir los valores sustanciales heredados de Jesús y sus discípulos. Ellos encontraron una mejor manera de vivir y organizarse experimentando esos principios, por sobre todos el amor al prójimo. Los cristianos fueron contraculturales en un inicio y luego pasaron a ser asimilados y promovidos por la cultura imperante. Cultura y contracultura son a mi juicio los dos acicates de las religiones en general y también de las manifestaciones ateas.

La pertenencia a un grupo religioso es algo que no se puede discutir ni fundamentar. Las religiones nacen del corazón de las culturas para justificarlas a veces y renovarlas otras veces. Están hechas de creencias y principios que son aceptados sin cuestionamientos. Cada persona busca en los diferentes grupos religiosos una expresión de su ser espiritual y respuestas a sus inquietudes más fundamentales, respuestas comprensibles, que traigan un poco de paz a sus días.

Sabiamente se ha dicho que en la buena mesa no se habla ni de religión ni de política. Sin embargo son temas recurrentes que vestidos de racionalidad intentan colarse en todas las tertulias. Al argumentar sobre las creencias o descreencias se hace casi intentando vender la opción o convencer al otro de la veracidad de la elección. En política eso se entiende ya que se trata de sumar adeptos para ganar un puesto, pero en religión,  ¿se trata de solidificar una posición a base de unir a más personas? ¿se trata de sentar bases para comportamientos uniformes que ofrezcan cierta seguridad o predictibilidad de las acciones humanas?

La pertenencia a una religión debería ser motivo de satisfacción en la medida que nos proporciona un medio de ser mejores personas, de sentirnos unidos a otros en un mismo espíritu, incluso a  nuestros antepasados.  Es a nosotros, a cada uno, a quien nos conviene, si es nuestro gusto, unirnos a una religión, no a Dios. No hay que meter a Dios en nuestras pasiones o inseguridades. No es por Dios que queremos ganar adeptos, es por nosotros mismos. Dios no nos necesita a nosotros, no le estamos haciendo un favor a 
Dios, como a veces creemos.

No obstante, en este mundo en construcción y en evolución de la conciencia, Dios padre-madre de todos y cada uno, requiere de nuestra creatividad, buena voluntad, acciones y trabajo para completar su obra en este mundo donde cada una de sus criaturas viva digna y felizmente. Pero para esto no hay que tener religión, ha habido excelentes constructores sin religión y por el contrario grandes destructores muy religiosos.  Es más, a veces la religión (cualquiera que sea) ha sido fuente de abusos, conflictos sin resolución, de estancamiento de valores culturales que por medio de la religión se quedan inamovibles.

Las argumentaciones de lados religiosos así como de parcelas ateas son un sinsentido en la medida que buscan convencer y sumar seguidores. Tan irracional es una cosa como la otra. Buscar vías para manifestar nuestras ansias de plenitud, de eternidad, de trascendencia, para rendirnos al misterio de la vida es lícito y  saludable, eso es algo personal y si encontramos a otros con quien compartirlo mejor aún. Pero no olvidemos, toda religión debe estar al servicio de la causa humana, ese podría ser un buen criterio de funcionalidad y veracidad intrínseca de la misma.            


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