Todos los seres humanos tenemos algo de artistas, es decir cierta sensibilidad que nos convoca a mirar la realidad y conmovernos. Pero no todos sentimos la llamada profunda de extendernos por la vida como artistas. Es decir tomar la definitiva decisión de nadar en esas aguas que algunas veces anegan el alma, aunque fuera de ellas te deshidrates.
En estos meses muchos estudiantes están eligiendo profesiones. Cuando uno de mis hijos decidió estudiar arte fue precisamente después de una crisis vocacional, yo diría que existencial. Después que exploró varias carreras y no encontró en su opinión ni suficiente sustancia ni atractivo en ninguna de ellas para dedicar su vida entera, se decidió entonces por estudiar Arte. Como padres lo apoyamos en su decisión, no sin recibir cierta presión de algunas personas de nuestro medio que cuestionaban nuestro apoyo y le sugerían que estudiara algo más práctico y que luego tomara el arte como un pasatiempo.
Hay vocaciones muy definidas y la de artista es una de ellas. El artista verdadero puede tener otros oficios que le ayuden a vivir en este medio, pero para poder llevar su existencia a flote requiere dedicar tiempo suficiente al arte. El arte es como un manantial que de vez en cuando brota de los ríos subterráneos del alma. La obra del artista, sea esta de la escritura, de la plástica, de la fotografía, del teatro, de la danza o de la música, se expresa como un intento de comunicarse con el mundo o de enfrentarse con él, pero siempre es una manera de conexión.
Las contradicciones del mundo cotidiano percuten de modo especial en las almas de los artistas.
Algunas personas lidian con estos desafíos de una forma rápida tal como problema- solución, mientras que el artista lo procesa lenta y simbólicamente. Por un lado se encuentran sus fantasmas internos fruto de sus sueños, frustraciones y expectativas y por el otro lado las presiones provenientes del entorno. Se produce a veces una colisión que paraliza o bien una propuesta-resolución en forma de Arte. El poeta Rilke plantea que “una obra de arte es buena si nace de una necesidad”.
Algunas personas lidian con estos desafíos de una forma rápida tal como problema- solución, mientras que el artista lo procesa lenta y simbólicamente. Por un lado se encuentran sus fantasmas internos fruto de sus sueños, frustraciones y expectativas y por el otro lado las presiones provenientes del entorno. Se produce a veces una colisión que paraliza o bien una propuesta-resolución en forma de Arte. El poeta Rilke plantea que “una obra de arte es buena si nace de una necesidad”.
La vida cotidiana y sus avatares es el principal insumo para un artista. En la soledad profunda, que es el caldo de cultivo, fermentan las experiencias, los valores, las utopías, los sentimientos que con suerte se convertirán en manifestaciones artísticas. El mismo Rilke le aconseja al joven poeta “mas su soledad, aun en medio de muy inusitadas condiciones, será sostén y hogar. Desde ella encontrará usted todos sus caminos”. Así, el artista es un rumiante de la realidad y requiere transformarla para poder vivir con ella y en ella.
No tiene caso querer detener la vocación de artista, ni torcer su torrente por cauces más convencionales. Más tarde o más temprano se produce la eclosión en forma más o menos creativa, productiva, retorcida, explosiva, liberadora. No es por ser artista que la gente se mete en problemas internos o externos. Más bien es que la especial sensibilidad en la vivencia de estas realidades reclama una urgencia de expresión creativa. Cada cual tiene su forma de ser y estar en el mundo. Aunque la del artista nos cause un poco de molestia y de inquietud, también tenemos que decir que no pocas veces nos proporciona alegría y gozo.