El
taxista que me llevaba a tomar el metro, para ir a la marcha del domingo 22 de
enero del 17 me dijo: “ya no voy a marchas,
todos ésos que están en el poder marcharon conmigo muchas veces en tiempos de
Balaguer y mírelos ahí donde están, muchos de ellos son el motivo por el que
usted va a marchar”. No niego que le echó un jarro de agua fría a mi entusiasmo,
pero le contesté:"tiene razón pero no podemos parar de indignarnos, es el primer
paso, la indiferencia nunca ha cambiado nada.
Recuerdo a
Stephane Hessel y su llamado a la indignación a la que sigue el compromiso para acometer
el desafío que motivó tal indignación. Los acontecimientos recientes han
indignado este país que permanecía en el letargo, la comodidad o la
indiferencia. Todos los gobiernos elegidos democráticamente después de Bosch han
abusado del pueblo, han usufructuado el dinero para beneficio en demasía de algunos ministros, colaboradores o empresarios ligados al gobierno. La ciudadanía
contempla y especula pero no tiene mecanismos para desarticular ese entramado
corrupto. Los poderes ejecutivos de todos esos gobiernos se han ocupado de atar
a sí mismos a los poderes judiciales y
legislativos de turno.
La
corrupción es una enfermedad que ha atacado a muchos estados latinoamericanos
de forma estructural y dado que la
corrupción del pequeño solo se da si el grande lo permite, se crea una cadena
donde si es denunciada (no siempre por honestidad) te puede caber hasta pena de
muerte. Más aun, de una forma u otra todos participamos, en mayor o menor
magnitud de este sistema corrupto diseñado para tapar la boca a todo el mundo.
Si no puedes con el enemigo súmate él dicen
algunos. La connivencia ha sido también otro mecanismo para poder lidiar con
este monstruo de siete cabezas imposible de liquidar. Sin embargo, la
indiferencia, la impotencia o el conformismo que hemos padecido en demasía, ha
dado más oportunidad al desarrollo de este ogro que es la corrupción.
Todos los
gobiernos se van pasando sus problemas y se van guardando las espaldas unos a
otros respetando el lema “hoy por ti mañana por mí”. Este pacto implícito ha
impedido que uno se arriesgue a procesar a otro, he aquí la impunidad, con
algunas honrosas excepciones convenientes, que se han sacrificado por el
bienestar y estabilidad de sus amos.
En fin que
estamos metidos en este sistema público que funciona por las iniciativas
privadas: salud, educación, agua, electricidad, seguridad, lo cual marca más
aun la diferencia entre los más pobres y los pudientes. El dinero, que
supuestamente tiene que asegurar todos estos servicios para todos por igual se va en el
enriquecimiento “ilícito pero legalizado” a veces, de personas afines al
gobierno de turno.
Han pasado tres
partidos por el palacio y los tres han actuado de forma parecida, pareciera que
el que está abajo es honesto porque no puede ser de otra manera, no por
convicción ni principios. Enseguida alguien tiene poder se convierte a la religión de
la corrupción, que le asegurará más poder y dinero siempre y cuando deje a otros
participar.
Pues sí, necesitamos
indignarnos, no podemos seguir contemplando el panorama como si todo esto fuera
normal, no podemos seguir siendo un eslabٕón silente de la cadena. Nunca antes que yo
recuerde se había dado una grandiosa marcha que aunara tantas diversas
tendencias y sectores sociales. El desafío es mantener estos sectores unidos en
ese objetivo y conscientes cada uno, de que la transparencia y la honestidad no
son exigencias de conveniencia de los de abajo como hasta ahora ha sido. Más
bien es asunto de principios éticos fundamentales para construir la democracia
que queremos, no para alzarse con el
poder y entonces replicar los modelos anteriores en un ejercicio burdo de
venganza.