Soy católica
de tradición y educación, y también por opción de aquellos elementos fundamentales
del cristianismo, sobre todo los que tienen que ver con el amor entre todos los seres humanos y los ideales
de paz y justicia para hacer posible la dignificación de cada ser humano.
La religión
es una manifestación cultural y espiritual, que reúne
entre sus ideales y prácticas los deseos de trascendencia, los
anhelos y esperanzas que tiene una
comunidad para sí misma y para cada uno de sus integrantes. La religión
cristiana es la que profesa la mayor
parte de los habitantes de esta media isla y está fundamentada en el amor y la
dignidad del ser humano. Según nuestra religión todos somos hermanos,
iguales, tenemos un mismo padre-madre Dios, con quien compartimos la divinidad.
Soy católica, pero antes soy humana y ciudadana, esto quiere decir que todo lo que
atañe a las luchas políticas o sociales que libran los seres humanos para
lograr espacios de respeto y convivencia digna, así como de desarrollo de todas sus dimensiones me importan.
Como cristiana me sirve de inspiración constante el mensaje de Jesús de “ámense
los unos a los otros como yo los he amado” o el mandamiento más importante
“amar a Dios y al prójimo como a ti mismo”, aunque sea tan difícil dada nuestra
condición humana.
Muchas veces las
instituciones, para mantenerse en pie se hacen rígidas y pierden así la
esencia o razón de ser de su existencia. Jesús nunca tuvo idea de crear una
religión, sus seguidores más próximos crearon comunidades para vivenciar los
mensajes que habían oído de Jesús y luego de sus discípulos. Nuevos aires
oxigenan la iglesia católica, esta institución piramidal ya milenaria apegada a modos, normas y reglas, algunas ya obsoletas, que solo buscan mantener el
status quo de sus integrantes más prominentes, y que a veces ha perdido
capacidad de respuesta ante las
necesidades humanas.
Me decía un
pariente a propósito de mis críticas a las declaraciones del Cardenal, que no
me tocaba como católica criticarlo en público. Pues sí, pienso que ya es hora
de que nos distanciemos de toda declaración o planteamiento que sea
discriminatorio, prejuiciado, iracundo. Pero sobre todo que hagamos llamados de atención cuando la iglesia católica no cumpla con su deber de:
defender a los más vulnerables (los que sean), atacar la corrupción que tantas
vidas humanas reduce a la indigencia y la miseria y coloca a unos pocos en una situación de
poder inderrumbable, cuestionar la mala e injusta administración y distribución de los recursos que nos pertenecen a todos.
Los
católicos tenemos que pedir que cese el concordato, que pone a la iglesia en
condición de privilegio y por tanto limita su capacidad de reclamo ante los
desmanes del gobierno de turno.