Si algo tenemos en común todos los padres y madres es el
deseo de que nuestros hijos reciban la mejor educación y sean
felices. Lo que varía muchas veces son los medios para conseguir eso y también
el concepto que tenemos de felicidad y de buena educación.
Para muchos adultos la felicidad consiste en la ausencia
de problemas. Si esto fuera así la felicidad sería un bien imposible, puesto
que la vida es un camino a veces llano, pedregoso a ratos, con cuestas
empinadas, alegres oasis o quietos remansos. Los momentos de mayor satisfacción íntima se tienen
a veces cuando se logra vencer una situación difícil o solucionar un problema. Por
el contrario, el placer en sí mismo a veces no deviene en felicidad sino
más bien en vacío.
La teoría de que cualquier tiempo pasado fue mejor y de
que a los hijos hay que evitarles los sufrimientos porque luego éstos vendrán
por montones en la edad adulta, es fallida. En primer lugar ¿quién ha dicho que
los niños y jóvenes realmente no experimentan situaciones dolorosas para
su edad? ¿Cómo creemos que es posible evitárselas por más que lo
intentemos? La ausencia de bienes materiales o el aburrimiento no es la
causa mayor de sufrimiento en muchos niños y jóvenes de clase media. Lo
es más la ausencia de padres y madres presentes en sus procesos afectivos.
Cada persona según su temperamento y las circunstancias con
las que le toca lidiar, va conformando su carácter. Cuando decimos que una
persona tiene un carácter fuerte deberíamos hablar de alguien que acomete los
problemas de la vida según su edad con valentía e integridad. Esa manera de
enfrentar las situaciones de la vida se enseña desde la niñez a través de las
cosas pequeñas de cada día y se continúa en la adolescencia a través de dar
respuestas a las problemáticas más complejas de esta etapa evolutiva.
Los adultos así como los niños y jóvenes tenemos nuestros
desafíos y para decirlo en términos del rezo del rosario, todos tenemos
según nuestra etapa evolutiva, nuestros misterios gozosos, dolorosos y los hay
también gloriosos. Nada ni nadie nos puede evitar el combate del
crecimiento personal y espiritual. Ese es un camino particular para cada quien
que tiene que ver con tantas variables conocidas y con tantas otras ignotas,
que no vale la pena angustiarse, aunque sí es preciso pertrecharse.
Lo mejor que unos padres jóvenes pueden hacer con sus
hijos en estos tiempos es primeramente entender que este es su tiempo, presente,
y que por tanto ellos tendrán herramientas para lidiar con el momento que les
tocará vivir.
También es importante, como parte de sus
pertrechos, que les enseñemos a cooperar, a organizarse con otros, a respetar,
porque no es a base de atropellos y abusos que vamos a salir adelante como
país, ni tampoco es verdad que nos vamos a salvar solos. Aunque sufran un poco,
es necesario que les enseñemos a ser responsables como condición básica de la
libertad. En este sentido es mejor una ganada mala nota a tiempo que una
irresponsabilidad perpetua. También es importante que nuestros hijos nos vean trabajando
con honestidad y optimismo, estas virtudes se contagian en el ambiente
familiar.
Como abono a la felicidad es necesario que les enseñemos
a disfrutar con pequeñas cosas de cada día. Que les afilemos la sensibilidad
estética, afinando los sentidos para percibir la belleza en todas sus manifestaciones.
Naturalmente para eso hace falta tiempo elegido para mirar, oler, saborear,
escuchar todo lo que la naturaleza y la cultura nos ofrece. Imprescindible es que
aprendan a sentir y a saber lo que
sienten; que aprendan a expresar lo que sienten sin arrollar, la felicidad
muchas veces deviene de la comprensión uno mismo.
Cada momento de la historia, de la vida y cada individuo
en particular tiene sus retos. De seguro los hijos sabrán enfrentarlos mejor con la
compañía respetuosa y amorosa de unos padres y madres que lejos de querer
evitarles el sufrimiento o solucionarles los problemas al vapor, o hacer
trampas en su favor, los dejan vivir las consecuencias de sus decisiones y los acompañan
para darles seguridad de que ellos pueden. De esta manera se les templa el
carácter y se los prepara para este mundo que además de ofrecerles tantas
oportunidades para desarrollarse y ser felices, también está lleno de amenazas
y riesgos.