domingo, 1 de junio de 2014

A las madres y los padres de este tiempo



Si algo tenemos en común todos los padres y madres es el deseo de que nuestros hijos reciban la mejor educación y  sean  felices. Lo que varía muchas veces son los medios para conseguir eso y también el concepto que tenemos de felicidad y de buena educación. 
Para muchos adultos la felicidad consiste en la ausencia de problemas. Si esto fuera así la felicidad sería un bien imposible, puesto que la vida es un camino a veces llano, pedregoso a ratos, con cuestas empinadas, alegres oasis o quietos remansos. Los  momentos de mayor satisfacción íntima se tienen a veces cuando se logra vencer una situación difícil o solucionar un problema. Por el contrario, el placer en sí mismo a  veces no deviene en felicidad sino más bien en vacío. 
La teoría de que cualquier tiempo pasado fue mejor y de que a los hijos hay que evitarles los sufrimientos porque luego éstos vendrán por montones en la edad adulta, es fallida. En primer lugar ¿quién ha dicho que los niños  y jóvenes realmente no experimentan situaciones dolorosas para su edad? ¿Cómo creemos que es posible evitárselas por más que lo intentemos?  La ausencia de bienes materiales o el aburrimiento no es la causa mayor de sufrimiento en muchos  niños y jóvenes de clase media. Lo es más la ausencia de padres y madres presentes en sus procesos afectivos. 
Cada persona según su temperamento y las circunstancias con las que le toca lidiar, va conformando su carácter. Cuando decimos que una persona tiene un carácter fuerte deberíamos hablar de alguien que acomete los problemas de la vida según su edad con valentía e integridad. Esa manera de enfrentar las situaciones de la vida se enseña desde la niñez a través de las cosas pequeñas de cada día y se continúa en la adolescencia a través de dar respuestas a las problemáticas más complejas de esta etapa evolutiva. 
Los adultos así como los niños y jóvenes tenemos nuestros desafíos y para decirlo en términos del  rezo del rosario, todos tenemos según nuestra etapa evolutiva, nuestros misterios gozosos, dolorosos y los hay también gloriosos.  Nada ni nadie nos puede evitar el combate del crecimiento personal y espiritual. Ese es un camino particular para cada quien que tiene que ver con tantas variables conocidas y con tantas otras ignotas, que no vale la pena angustiarse, aunque sí es preciso pertrecharse. 
Lo mejor que unos padres jóvenes pueden hacer con sus hijos en estos tiempos es primeramente entender que este es su tiempo, presente, y que por tanto ellos tendrán herramientas para lidiar con el momento que les tocará vivir. 
También es importante,  como parte de sus pertrechos, que les enseñemos a cooperar, a organizarse con otros, a respetar, porque no es a base de atropellos y abusos que vamos a salir adelante como país, ni tampoco es verdad que nos vamos a salvar solos. Aunque sufran un poco, es necesario que les enseñemos a ser responsables como condición básica de la libertad. En este sentido es mejor una ganada mala nota a tiempo que una irresponsabilidad perpetua. También es importante que nuestros hijos nos vean trabajando con honestidad y optimismo, estas virtudes se contagian en el ambiente familiar. 
Como abono a la felicidad es necesario que les enseñemos a disfrutar con pequeñas cosas de cada día. Que les afilemos la sensibilidad estética, afinando los sentidos para percibir la belleza en todas sus manifestaciones. Naturalmente para eso hace falta tiempo elegido para mirar, oler, saborear, escuchar todo lo que la naturaleza y la cultura nos ofrece. Imprescindible es que aprendan a sentir y  a saber lo que sienten; que aprendan a expresar lo que sienten sin arrollar, la felicidad muchas veces deviene de la comprensión uno mismo.
Cada momento de la historia, de la vida y cada individuo en particular tiene sus retos. De seguro los  hijos sabrán enfrentarlos mejor con la compañía respetuosa y amorosa de unos padres y madres que lejos de querer evitarles el sufrimiento o solucionarles los problemas al vapor, o hacer trampas en su favor, los dejan vivir las consecuencias de sus decisiones y los acompañan para darles seguridad de que ellos pueden. De esta manera se les templa el carácter y se los prepara para este mundo que además de ofrecerles  tantas oportunidades para desarrollarse y ser felices, también está lleno de amenazas y riesgos.