Los motivos son importantes, ¿por qué esto y no aquello?
Creo que en el fondo debe estar la alegría, y si esta alegría resulta auténtica
buscaremos modo de compartirla, y de ñapa más alegres, exponencialmente alegres nos sentiremos si
logramos despertar en la otra persona el propio sentimiento. Por ejemplo, si nos gusta
cocinar compartiremos la alegría
de hacerlo por las personas que queremos y nos sentaremos a la mesa a degustar con ellas los platos que hemos preparado, la
alegría se duplica. Por el contrario si cocinar es una pesadilla, satisfaceremos
el apetito y observaremos con actitud de víctima a nuestros comensales engullir los alimentos.
Podría ser que no nos guste cocinar y que nuestra alegría
auténtica consista en nutrir a otros. Sin embargo, atención, porque en este
último caso pudiera perseguirse en el fondo un deseo de reconocimiento, agradecimientos y
cumplidos. Otras veces alimentar a otros puede ser sencillamente la ejecución
de un rol que no necesariamente se hace alegremente, pero que puede asumirse
como deber de dos posibles maneras: o con resistencia o con fluidez. La segunda es más saludable
para todos.
El asunto es que la inclinación a que ciertas cosas y no
otras, nos produzcan alegría es personal y viene con nosotros, pero también es aprendida.
La cultura nos muestra la paleta de posibilidades y nosotros pulsamos según
nuestras naturales inclinaciones. Otras veces la cultura nos doblega y nos
obliga a elegir lo que conviene o aquello que la usanza o las buenas costumbres
dicta. La alegría de este modo queda secuestrada. Pero ¿qué mejor
aprendizaje que compartir la alegría de
los otros y convertirla en nuestra propia alegría, es decir que tu alegría provocara
en mí auténtica alegría?
No es fácil identificar lo que nos produce alegría y
satisfacción de modo auténtico, aquello que en el mismo curso de la acción
queda recompensado. Aquello que no necesita premios ni palmaditas en la
espalda, sino que brota como necesario manantial del mismo centro de la tierra
y que a la vez produce vida y alegría.
La vida debería resultarnos apetecible la mayor parte del
tiempo, para ello hay que afinar los sentidos, ampliar nuestros
registros, saber elegir lo que sintoniza
con nuestro espíritu. También hay que saber pasar los desiertos de la vida con
sentido del humor y con la conciencia de lo pasajero. Pero siempre, siempre,
compartir, que es lo que nos humaniza mutuamente a través de todos los gestos y
símbolos de que disponemos los humanos. Compartir para dividir y restar la
tristeza y también para sumar y
multiplicar la alegría.